Por Katja Maurer
A un año de su inicio, está claro que la guerra de agresión contra Ucrania llegó para quedarse. Esta no representa en absoluto un enfrentamiento entre países, sino una confrontación interimperialista, en la que la semiperiferia rusa reclama para sí un lugar en la mesa de las grandes potencias (China y Estados Unidos). De manera parecida al 11 de septiembre de 2001, esta guerra está transformando el mapa político planetario de manera fundamental; así como la “guerra contra el terrorismo” reordenó la distribución del bien y el mal sobre el mapa y, a su vez, decidió sobre qué crímenes puede hablarse y cuáles deben mantenerse en el silencio, está guerra está fijando nuevos estándares.
Nos encontramos en camino hacia un régimen de guerra global que, en todos lados, pone en grave peligro al lenguaje, a las prioridades políticas, a la democracia, a la libertad y a la emancipación. La impotencia de las posiciones emancipatorias frente a la catástrofe climática experimenta una nueva sacudida que nos pone frente a la cuestión de si es aún siquiera posible hablar de estos temas desde una posición crítica. Desde ahora ya podemos observar cómo la guerra está trastocando todos los parámetros: se renuncia sin más a todos los objetivos de la política climática, mientras vemos cómo la responsabilidad histórica frente al desastre ecológico cede lugar al avasallamiento despiadado de continentes enteros que el ansia de recursos naturales de los países privilegiados encuentra a su paso. El lenguaje con el que los principales medios de comunicación hablan sobre la guerra nos acerca cada vez más al precipicio de una escalación militar que pareciera inevitable. El Occidente se enfrenta al nihilismo neoimperial ruso con un rigorismo moral que define al régimen de Putin –cuando no a l@s rus@s en general– como el “mal radical”. Esta imágen del enemigo crea una coherencia interna y sienta las bases de un autoritarismo que, de hecho, se pretende combatir.
A contracorriente de estas simplificaciones propagandísticas, el presente libro de Raúl Sánchez Cedillo contextualiza la guerra ruso-ucraniana histórica y políticamente, sin hacer uso de la lógica de la geopolítica. Según Sánchez Cedillo, con Putin habría llegado un régimen de guerra al poder, es decir, un régimen que utiliza a la guerra y al enemigo exterior para crear una cohesión al interior y que tiene como objetivo la perpetuación de su dominio. Es casi un lugar común que el servicio secreto ruso –que nunca ha ajustado cuentas con su pasado estalinista y totalitario– contribuye enormemente a esto mediante, entre otras cosas, la fabricación de autoatentados terroristas. La destrucción de Grozni, la capital de Chechenia, así como la muerte de aproximadamente 75 mil civiles en dos guerras desatadas por Rusia, también se inscriben en el régimen de guerra de Putin. Al mismo tiempo, este consolidó su dominio al encargarse de debilitar progresivamente los espacios democráticos, así como de coartar las posibilidades de que organizaciones como Memorial continuaran ajustando cuentas con el pasado estalinista y soviético.
La “guerra contra el terrorismo” iniciada en 2001 también estableció a su manera un régimen de guerra a escala global, dividiendo al mundo entre amigos y enemigos. Rememorar esto y al mismo tiempo analizar la formación de la sociedad postsoviética, así como su fragmentación total en el marco de un neoliberalismo rígido, es un mérito del libro de Sánchez Cedillo. Pues la psicologización de Putin y su régimen, así como abordarlo en tanto que “mal radical”, no alcanzan para comprender la situación del mundo a la que, sin pretenderlo, hemos llegado.
Ayuda y solidaridad
medico international da su apoyo a organizaciones contrapartes locales en Ucrania. Por primera vez en la historia de esta organización de ayuda humanitaria y derechos humanos, nos encontramos trabajando fuera del Sur Global, en un país de Europa del Este en el que, con treinta años de transformación neoliberal a cuestas, las ideas internacionalistas y emancipadoras no son precisamente temas de conversación, debido a la historia marcada también por el socialismo real. Nuestr@s colegas estuvieron de visita en Járkov (o Járkiv), la segunda ciudad más grande de Ucrania, ubicada a treinta kilómetros de la frontera con Rusia, en enero de 2023. Durante esta visita, muy pronto resultó claro que existen much@s ucranian@s sobre los que hay que hablar. Nuestra contraparte “Mirnoe Nebo” (Cielo Apacible) se convirtió, contando también con nuestro apoyo, en la organización de ayuda más grande en la provincia de Járkov en cuestión de pocos meses. Surgida a partir de una olla común que en la emergencia comenzó a repartir comida caliente a las personas que buscaban refugio en el metro frente a los bombardeos incesantes rusos al inicio de la guerra, la organización se consolidó rápidamente y hoy emplea a más de 200 personas. “Mirnoe Nebo” se convirtió así de repente en un actor muy importante en el ámbito humanitario al que hay que escuchar, también en el tema de la reconstrucción de las áreas destruidas en Járkov y en otras ciudades en las que la organización trabaja. En el este de Ucrania, se puede observar claramente la existencia paralela de, por un lado, una guerra impredecible en sus dimensiones y, por el otro, de normalidad, así como de planes y medidas de reconstrucción.
Entre más se desplaza un@ hacia el oeste, la guerra se va convirtiendo en una impresión pasajera. Esta se expresa en bombardeos que, si bien son constantes, se perciben como aislados; en apagones introducidos por el gobierno como medida de ahorro de energía, así como en los puestos militares ubicados en las entretanto bien fortificadas avenidas principales, adornadas no sólo por el azul y el amarillo de la bandera de Ucrania, sino también –dependiendo qué tan al oeste nos encontremos– cada vez más comúnmente por el negro y el rojo de los nacionalistas ucranianos. En Leópolis, la otrora metrópoli del imperio austrohúngaro en la frontera con Polonia, se desarrolla a la sombra de la guerra un ánimo incluso festivo que la ciudad no había vivido en décadas. Ahora espléndidamente remodelada, experimenta un boom, con calles repletas de gente que va de compras y visita los cafés, de hipsters y feministas; aquí, la cultura alternativa y el consumismo van de la mano. En el contexto de la guerra, los precios inmobiliarios se han duplicado. L@s ucranian@s privilegiad@s se han establecido aquí, l@s niñ@s pueden asistir presencialmente a la escuela y no sólo de manera virtual, mientras que las familias no se ven obligadas a separarse. Los hombres aptos para el servicio militar siguen sin poder abandonar el país. La guerra está creando nuevas formas de la sociedad de clases.
Mientras que l@s colegas en Járkov consideran a la política en Ucrania como un negocio sucio, las activistas sindicales del sector salud, con quienes nos reunimos en Leópolis, confían en que la guerra acabe con la oligarquía. Tienen sus esperanzas puestas en el nacionalismo, sobre cuyas bases pueda desarrollarse una identidad nacional. Como sindicalistas, se oponen a más desregulaciones, como la eliminación de la protección frente al despido, recientemente aprobada por el parlamento en Kiev. En el nacionalismo ucraniano no ven un problema, sino una oportunidad, lo que no resulta incomprensible si consideramos que, a lo largo de treinta años, han sido testigos y víctimas de un proceso de transformación que con su privatización radical ha destruido cualquier confianza en el sector público.
Por desgracia, el nacionalismo ucraniano tampoco conoce la idea de plurinacionalidad. El camino de l@s kurd@s en Rojava, quienes abandonaron la idea de un Estado Nación en pos de una estructura plurinacional y multilingüística, tampoco se presenta aquí como un horizonte posible. La frase “internacionalismo o barbarie” con la que Raúl Sánchez Cedillo titula a uno de los capítulos de su libro, se encontraría aquí seguramente con una incomprensión absoluta: mientras que la guerra desata todo su horror en territorios mayoritariamente rusoparlantes, en el oeste de Ucrania se insiste obstinadamente en la imposición del idioma ucraniano con motivo del inicio de la guerra. Una Ucrania democrática, necesariamente bilingüe, que haga frente a su compleja historia en el cruce entre culturas e imperios, parece un resultado de la guerra tan improbable como la paz mundial que se nos promete con el rearme de Ucrania.
El abismo frente al que se encuentran Ucrania y Europa es tan desconcertante como el hecho de que, evidentemente, muy poc@s están pensando cómo evitar caer. La idea de una paz constituyente, planteada por Sánchez Cedillo, es el horizonte a seguir. Una práctica posible sería afrontar la realidad sin participar en las batallas mediáticas cargadas de moralismo que, con su afirmación inmaculada de la verdad, siguen encaminando a Europa en dirección al precipicio.
La pregunta es entonces: ¿en qué consisten los posibles actos de resistencia –donde sea que nos encontremos– contra un régimen de guerra que nos destruye y nos impone un partidismo cuestionable? Raúl Sánchez Cedillo propone una forma del éxodo. La manera en que nos oprimen y nos oprimimos a nosotr@s mism@s, es el objeto de una reflexión contínua y el tema de este libro, sobre todo en lo referente a la guerra contra Ucrania. “Esta guerra no termina en Ucrania” es un comienzo y una posibilidad, a la que seguirán otras.
Traducción: Benjamín Cortés
Para conmemorar un año desde el inicio de la guerra en febrero de 2023, medico apoyó la traducción y publicación en lengua alemana del libro de Raúl Sánchez Cedillo “Esta guerra no termina en Ucrania” bajo el sello editorial transversal texts.