Guerra en Siria

Contra todas las fronteras

31/08/18   Tiempo de lectura: 8 min

La "cuestión kurda" no es otra cosa que la lucha por la democracia y el futuro en el Oriente Medio. Por Martin Glasenapp.

Las imágenes eran estremecedoras. Los combatientes islámicos proferían consignas de “Alá es grande” con el dedo índice en alto mientras destruían estatuas kurdas. Los soldados turcos vociferaban gritos de guerra otomanos mientras hacían gestos fascistas. Una bandera turca fue desplegada desde el balcón del municipio y tanques alemanes Leopard-2 transitaban por la ciudad. El triunfante jefe de las fuerzas armadas en Ankara denominó el suceso como una “obra de Alá”. Había caído la ciudad sirio-kurda de Afrin. Luego de más de un mes, la fuerza aérea turca había logrado el repliegue de la milicia kurda YPG por medio un bombardeo constante. El gobierno municipal de Afrin decidió evacuar a la población en lugar de optar por una sangrienta lucha casa por casa, que hubiera traído como consecuencia la destrucción de la ciudad y la muerte de miles de civiles. Se calcula que unas 250.000 personas abandonaron la región y forman ahora parte de la población desplazada.

La montaña de los kurdos

Hasta el momento de su capitulación, la región de Afrin había constituido una pequeña isla de paz y cordura en medio de la guerra civil siria. Hace ya cientos de años que la región se denomina el “Kurd Dagh”, la “montaña de los kurdos”, famosa por la belleza de sus cumbres y sus valles fértiles. Los kurdos habitaban en Afrin desde tiempos inmemoriales – junto con múltiples minorías religiosas: cristianos y yazidis, pero también alevíes provenientes de Turquía. Todas las afirmaciones contrarias por parte del presidente turco Erdogan son sencillamente propaganda bélica. Su intención es evidentemente aplicar de nuevo el antiguo proyecto de arabización con un componente islámico ahora también en Afrin. ¿O es sencillamente una casualidad que ya al comienzo los aviones de combate turcos destruyeran el complejo de templos hititas Ain Dar, construido entre los siglos XIII a VIII antes de Cristo? No. Erdogan desea eliminar la diversidad religiosa y cultural de la región. En este sentido, su filosofía no es diferente a la de los Taliban, que dinamitaron los Budas de Bamiyan, o del Estado Islámico, que destruyó las construcciones preislámicas de Hatra y Palmira.

Aproximadamente 3,5 millones de refugiados sirios viven en Turquía. Si, como ha declarado Erdogan, Turquía reubica a estos refugiados árabes sunitas en las nuevas “áreas protegidas” como Afrin, quizás se explicaría por qué el Gobierno Federal alemán ha mantenido un silencio tan llamativo en su crítica de la guerra de Erdogan. Porque tanto para Berlín como para Ankara, este juego sucio podría traer beneficios: es posible que disminuya la presunta presión migratoria hacia Europa si los refugiados sirios regresan “a Siria” y, desde el punto de vista turco, se reduciría la proporción de la población kurda en estas regiones en sus fronteras. El cantón de Afrin cuenta con aproximadamente 360 localidades kurdas. Ninguna otra zona de Siria posee un porcentaje tan alto de población kurda. La amenaza ahora se centra en la arabización forzada de este espacio cultural y, por ende, en la destrucción del último territorio de asentamientos contiguos de los yazidis.

La guerra en Afrin no influye en absoluto sobre la vida en Damasco, y no guarda relación alguna con un cambio de régimen. Turquía tiene pretensiones de expansionismo imperial. Y ello con una falta de disimulo pocas veces vista en un Estado miembro de la OTAN. El presidente turco Erdogan se expresa actualmente sobre Afrin en los mismos términos que el presidente ruso Vladimir Putin sobre Crimea. Sin ningún reparo, se refiere a Afrin como parte de la mítica “manzana roja”, símbolo de las aspiraciones expansionistas durante el Imperio Otomano. Los medios de comunicación turcos publican mapas en los cuales no solamente integran a una parte de Grecia en la futura nueva Turquía, sino también incluyen todo el noroeste sirio hasta la frontera con Irak, con lo cual este territorio quedaría “libre de kurdos”. Los Estados Unidos de América, cuyas tropas se encuentran estacionadas, junto con las milicias kurdas YPG, a aproximadamente 120 kilómetros al este de Afrin en la ciudad árabe de Manbij, deberán elegir entre sus aliados turcos en la OTAN y sus aliados kurdos de las YPG.

Los derechos de los apátridas

La historia de los kurdos demuestra cuán sórdida puede ser la realpolitik en el Oriente Medio. Los vencedores de la Primera Guerra Mundial pasaron por alto a los kurdos cuando trazaron nuevas fronteras en la arena del desierto luego de la derrota y desintegración del Imperio Otomano, creando así realidades estatales que persisten hasta la actualidad. Un acuerdo secreto entre Gran Bretaña y Francia en 1916 no solamente desarticuló a las comunidades kurdas, sino también estableció un pacto colonial que influiría sobre la historia del Oriente Medio. Para estabilizar este ordenamiento territorial, se implementaron regímenes coloniales o se apoyaron monarquías. A esto siguió el modelo de Estados nacionalistas autoritarios, asimilativos y basados en políticas de desarrollo, como fue el caso de Irak y Siria, y finalmente también de Turquía. Los regímenes resultantes nunca estuvieron dispuestos a ofrecer verdaderas concesiones democráticas.

Recién a partir de 2011, la Primavera Árabe llegó a sacudir el despotismo tradicional del mundo árabe. En casi todos los lugares, los manifestantes protestaron por las necesidades socioeconómicas como el desempleo, la desigualdad social y la corrupción imperante. Al mismo tiempo, criticaron el despotismo y la violencia policial, así como las restricciones de sus derechos políticos impuestas por decenios. Pero se trataba de aún más: no solamente se exigían libertades ciudadanas, sino también el derecho a la autodeterminación interna y, por consiguiente, el derecho a la diversidad cultural, étnica o religiosa.

Las violentas erupciones en Siria e Irak demuestran que la respuesta al nacionalismo islámico puede ser no solo la anhelada emancipación democrática, sino también la reacción de rechazo al islamismo político. Así como el presidente sirio Baschar al-Assad impone como única alternativa sus propias máximas políticas, el fundamentalismo islámico no puede aceptar las diferencias étnicas o culturales. En consecuencia, el “Estado Islámico” destruyó el complejo de templos preislámicos, intentó exterminar a los yazidis y es enemigo del concepto de un autogobierno local multiétnico y multireligioso, intentado por los kurdos en el noroeste sirio.

El experimento democrático

Los kurdos en Siria constituyen la minoría étnica más numerosa del país. Como población apátrida, nunca han tenido otra elección que no fuera la asimilación y sumisión en Turquía, como también en Siria. Intentaron aprovechar la retirada del poder central sirio para su propio proyecto de autonomía. Los kurdos de Siria, durante décadas los más excluidos entre los excluidos, crearon una sociedad abierta durante la guerra civil siria. Actuaron en contra de todas las convenciones: el cantón de Afrin fue la primera instancia de gobierno en la historia árabe en reconocer a los yazidis como comunidad religiosa. No solamente el kurdo sino todos los idiomas del noroeste de Siria fueron declarados idiomas oficiales. Se eligieron las asambleas comunales y distritales, compuestas por representantes kurdos, árabes, armenios y arameos según los porcentajes de la población respectiva. Se impuso una cuota de género del cincuenta por ciento para los nombramientos de todos los puestos oficiales.

La guerra en Afrin comprueba amargamente la falsedad política del Occidente libre cuando se trata de democracia y derecho a la libertad. Los kurdos sirios fueron aplaudidos cuando se trataba de salvar al mundo y a los yazidis del Estado Islámico. El Occidente los alabó por su valor en Kobane y por el rescate de los yazidis de la montaña de Shingal en Irak. Pero el Occidente estuvo muy lejos de defender los derechos kurdos durante la invasión del ejército turco. Porque la “cuestión kurda” en el Oriente Medio es nada menos que la cuestión democrática clave del futuro. La guerra en Siria ya es la “zona cero” de un orden mundial multilateral, cuya derrota se manifiesta en el absoluto fracaso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Los Estados Unidos de Norteamérica muestran su presencia en Siria, pero toman distancia de facto de las negociaciones, refugiándose en un nuevo aislacionismo. Este vacío lo ocupan hoy Rusia, Irán, Turquía y los Estados del Golfo. En lo que respecta al futuro de Siria, actúan de acuerdo a sus intereses geopolíticos. Cuando el antiguo orden llegue a su fin, los temas esenciales de la protección, seguridad y libertad deberán renegociarse. ¿Cómo se protegen aquellos que desean superar una estructura estatal, como lo intentan los kurdos sirios, especialmente ante la estatalidad y la constelación internacional de poderes que los menosprecian, desean asimilarlos o inclusive destruirlos?

Sin embargo, en la Siria kurda se decidirá también si será posible, por lo menos en el Oriente Medio, lograr una vez más una apertura democrática más allá de las divisiones religiosas y étnicas, y del concepto europeo de nación y Estados nacionales. Si a los kurdos finalmente sólo les queda el sometimiento o la larga lucha por la independencia nacional, el concepto de una emancipación democrática, que surgió al comenzar la Primavera Árabe, regresará al punto histórico de fojas cero.

 


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