Comentario

El resto y Occidente

13/09/23   Tiempo de lectura: 9 min

En torno a los derechos humanos en tiempos de una menguante hegemonía occidental y la necesidad de su decolonialización

Por Tsafrir Cohen

Vale la pena echar un vistazo a los así llamados márgenes de nuestro mundo, pues es ahí donde resulta evidente que la hegemonía occidental comandada por Estados Unidos (EE.UU.), y que por muy tarde con la caída del muro de Berlín celebraba su marcha triunfal a nivel global, se está desmoronando: en el Sahel, Níger se une a Mali y a Burkina Faso para poner fin a la repudiada presencia francesa en el país. Al mismo tiempo, una guerra de desgaste se desarrolla en los límites entre la Unión Europea y Rusia, sin un final previsible. Muchos países en el Sur Global no aprueban de ninguna manera la guerra de agresión rusa, sin embargo, se abstienen al mismo tiempo de mostrar su apoyo a Ucrania, pues ya no buscan incorporarse a Occidente sólo porque sí. En sus ojos, el conflicto representa una rebelión subsidiaria en contra de EE.UU. y de la hegemonía occidental. La pérdida de relevancia de Occidente para la economía mundial va acompañada de un retroceso de la influencia política y de una rebelión parcialmente abierta.

Los “dos tercios del mundo” estremecen de este modo a un orden global que hasta ahora había sido ventajoso para Occidente. Aún cuando la hegemonía occidental comandada por EE.UU. y su monopolio de la violencia contenía definitivamente una promesa de progreso, el proyecto padeció crónicamente de una falta de credibilidad; las promesas se llamaban ‘democracia’, ‘libertad’ y ‘derechos humanos’, sin embargo, para la mayor parte del mundo no existió una propuesta real para cumplirlas. Por el contrario, se abusó de las mismas para defender e imponer el modo de vida imperial propio de Occidente.

No obstante, también la nueva era emergente está llena de ambivalencias. La “liberación” de Níger respecto del otrora poder colonial no es llevada a cabo por una sociedad que se empodera, sino por una junta militar; las justificadas aspiraciones por romper con la hegemonía del dólar estadounidense y, en consecuencia, con la supremacía financiera de Washington, busca fortalecer al grupo de los BRICS, al que se han sumado Estados autocráticos como Arabia Saudita, Irán y Egipto. Entre estos países, se posiciona ante todo China: habiendo liberado a cientos de millones de personas de la pobreza y transformada en un gigante económico, se establece ahora mediante autoritarias promesas de progreso como el polo contrario a EE.UU. a nivel global. Sin embargo, la competencia entre estas superpotencias no produce un nuevo orden global, sino una nueva complejidad en la que una serie de potencias regionales como Turquía o Arabia Saudita buscan con ansias la consolidación de redes horizontales, según los intereses a los que estas respondan.

Criticar los derechos humanos

En este embrollo, los derechos humanos son rechazados de manera cada vez más abierta, como una herramienta occidental que sólo sirve para garantizar su dominio y camuflar su política de intereses. Basta echar un vistazo a la historia del discurso sobre derechos humanos desde la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos hace 75 años para constatar que esta sospecha no surgió de la nada. Fueron justamente los Estados aún colonizados los que, en las décadas inmediatamente posteriores a dicha proclamación, impulsaron la ampliación y la consolidación jurídica de los derechos humanos, marcando a su vez de manera decisiva la discusión en torno a ellos a la sombra de la guerra fría. Los derechos humanos abogan ante todo por derechos colectivos, tal y como se expresan en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Entre ellos se encuentra el derecho al desarrollo, así como el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Por tanto, los derechos humanos ponen sus esperanzas en una organización más justa del mundo, en la que la autodeterminación poscolonial se vuelva algo posible.

Con el fracaso de los proyectos poscoloniales y socialistas y el desvanecimiento de los Estados benefactores en Europa bajo la niebla de una política neoliberal, desde la segunda mitad de los años 70 en el espacio anglosajón y por muy tarde a partir de 1989 en todo el mundo, una nueva interpretación de los derechos humanos empezó a cobrar relevancia. En ella, los derechos sociales y económicos son suprimidos en su totalidad, mientras que los derechos humanos son reducidos a derechos individuales y ciudadanos. “Los derechos humanos individuales ganan resonancia en un mundo que”, afirma el historiador Stefan-Ludwig Hoffmann, “se caracteriza por una crisis de las instituciones de la solidaridad y por un nuevo tipo de capitalismo financiero que abre cada vez más la brecha existente entre pobres y ricos”. De este modo, los derechos humanos se convierten en una herramienta de la economía de libre mercado y de una globalización desenfrenada.

No obstante, la política de Occidente no sólo contribuyó a que los derechos humanos sociales y económicos desaparecieran del discurso; los derechos humanos individuales también han perdido credibilidad. El impulso de los derechos de las mujeres por parte de la administración Bush con el fin de exculpar su política en Afganistán, representa una exacerbación grotesca de una práctica cotidiana. A ello se suma la doble moral: el ‘derecho’ en la expresión ‘derecho humano’ sugiere que nadie puede estar por encima de la ley. Sin embargo, un vistazo rápido al periódico basta para saber que aquello que todavía está permitido a los aliados de Occidente como Arabia Saudita, Turquía o Israel, está desde hace mucho tiempo prohibido para rivales como Irán o Rusia.

Ampliar los derechos humanos

A pesar de todas estas afrentas, los derechos humanos deben ser defendidos a toda costa pues, como sostiene la teórica india Gayatri Chakravorty Spivak, “no podemos no querer tenerlos”. A fin de cuentas, ellos son el marco que nos permiten exigir la libertad y la igualdad de tod@s, en cualquier lugar y en cualquier momento. Pero en vista de la justificada crítica debemos arrojar luz sobre el discurso en torno a los derechos humanos y la práctica que lo acompaña aquí en Occidente, así como hacer evidentes las contradicciones de sus postulados que se pretenden universales, pero que tienen su base en relaciones de poder políticas, económicas y sociales y en un esquema de pensamiento marcados por el colonialismo.

Partiendo de ello, debemos ajustar nuestra comprensión de los derechos humanos. Tanto estos como los derechos humanos no pueden ser concedidos o suprimidos “desde arriba”, sino que son siempre el resultado de un proceso abierto de auto-empoderamiento, que redefine de manera contínua lo que estos derechos significan, los amplía y los vuelve una realidad. Es por tanto un proceso democrático y, en consecuencia, eminentemente político, que no debe someterse al control de l@s poderos@s. Al contrario: como en todo proceso político, todas las personas involucradas deben desempeñar un papel. Por ello, los derechos sociales y económicos, así como el derecho al desarrollo y a la salud, impulsados en el pasado por los países del Sur Global, deben convertirse nuevamente en puntos de referencia de los derechos humanos. Si esto no ocurre, estos carecen de su fundamento material, gravitan en el vacío y aparecen como derechos de l@s privilegiad@s.

Por tanto, es únicamente con la unidad de los derechos de la igualdad (económicos y sociales) y de los derechos de la libertad (derechos del individuo) que resulta posible concebir los derechos humanos de distintas partes del mundo como un marco de referencia solidario y de carácter emancipatorio. Esta unidad dificulta la cooptación de los derechos humanos por parte de una política exterior “basada en valores”, que en la realidad sólo es una política imperialista con camuflaje discursivo. Asimismo, la unidad puede servir como brújula para aquell@s revolucionari@s apasionad@s que quizás pasaron por alto el hecho histórico de que grandes proyectos progresistas, tales como el comunismo y la descolonización, porlo general se transforman en proyectos autoritarios. Al mismo tiempo, puede utilizarse para rebatir argumentos comunes que hacen mal uso de los discursos anticolonialistas para denunciar a los derechos humanos como una importación de Occidente y así privar de ellos a su propia población.

Cumplir los derechos humanos

Escribiendo desde Johannesburgo, percibo el orgullo de l@s sudafrican@s por su Constitución: aprobada tras el apartheid, es la más progresista a nivel mundial y está conformada por muchísimos derechos humanos. No obstante, también escucho la desilusión abismal a causa de una realidad de vida marcada por una creciente violencia estatal, una inexplicable desigualdad, una pobreza que se extiende y la falta de esperanza. Entre la promesa de la Constitución y la realidad se abre un hueco gigantesco. Lo mismo es válido para los derechos humanos en general. Por tanto, hay que dar respuesta a la pregunta por su sentido y en ello el grado de su realización resulta central.

A aquell@s desesperad@s frente a la realidad y que han decidido despedirse de los derechos humanos, nuestr@s compañer@s de la comunidad de derechos humanos en Sudáfrica replican que estos constituyen el último bastión de l@s marginad@s contra l@s poderos@s, frente al Estado y al poder económico. Según ell@s, la solución no reside en el abandono de los derechos humanos; más bien, un@ debería darse cuenta de que las organizaciones y abogad@s de derechos humanos, es decir, todo el gremio especializado en el ramo, sólo cuentan con el márgen de acción que el respaldo social le concede. 

Los derechos no caen del cielo, se consiguen siempre a través de un proceso de negociación, de organización y de movilización de activistas y amplios sectores de la sociedad. Por tanto, se trata de solidaridad y resistencia. Estos dos conceptos fundamentales han desaparecido de nuestro discurso sobre derechos humanos, es necesario que vuelvan a ocupar un lugar en él.

Traducción: Benjamín Cortés

Tsafrir Cohen es Director Ejecutivo de medico. Estuvo a cargo de la Coordinación de Proyectos y del trabajo de Relaciones Públicas de medico sobre Israel y Palestina hasta 2014. Después se desempeñó como Director de dos oficinas regionales de la Fundación Rosa Luxemburg: primero en Israel, después en Gran Bretaña e Irlanda. Ahora está de vuelta.


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