Resiliencia

El surgimiento de un concepto

01/09/18   Tiempo de lectura: 6 min

El término resiliencia se ha convertido en un concepto clave en la ayuda humanitaria y en la cooperación para el desarrollo. Representa un cambio neoliberal y pone fin a las aspiraciones de superar los orígenes de las crisis. Por Usche Merk.

“Los costos causados por crisis humanitarias han aumentado. Existe una necesidad urgente de ayudar a las personas y comunidades a sobrellevar los crecientes impactos y a recuperarse de las crisis. En otras palabras, apoyarlas para mejorar su resiliencia.“ Este argumento del “Plan de Acción de la Unión Europea para la resiliencia en los países propensos a las crisis 2013-2020” lo establece claramente: la resiliencia se ha transformado en el enfoque central de las estrategias humanitarias nacionales e internacionales. Todos los actores relevantes – desde las Naciones Unidas, la Unión Europea (UE) y el Ministerio Federal de Cooperación Económica y Desarrollo de Alemania (BMZ) hasta las organizaciones y fundaciones de ayuda privadas, han desarrollado los conceptos correspondientes durante los últimos años y han convertido la “orientación a la resiliencia” en el parámetro fundamental de sus actividades de fomento. ¿Qué se esconde detrás de este desarrollo? ¿Y cuáles son sus consecuencias?”

El surgimiento de un concepto

En vista del creciente número de catástrofes, durante las últimas décadas también se ha profesionalizado la prevención en el marco de los planes de las Naciones Unidas. El objetivo se centra en una identificación de los riesgos en base a análisis sistemáticos, el establecimiento de sistemas de alerta temprana y prevención, y una mejor gestión de las repercusiones de los desastres. Pero debido al constante incremento de los desastres y la evaluación más exacta de los riesgos, se ha adoptado una perspectiva distinta: dejar de lado la previsión y la prevención, dirigidas a impedir que ocurran las catástrofes, y centrarse en la gestión de desastres y la adaptación a las consecuencias. En este contexto, el concepto de resiliencia se ha convertido en hegemónico.

En vez de centrarse en las debilidades y necesidades de los seres humanos y las sociedades, el enfoque actual está dirigido a sus fortalezas y capacidades para hacer frente a las catástrofes y crisis. Este cambio tiene un cierto contenido de emancipación, ya que orienta el punto de vista hacia la capacidad de resistencia y autoayuda de las personas y comunidades, a las estrategias de supervivencia y las capacidades de acción y empoderamiento. Éste ha sido durante mucho tiempo un reclamo crítico de las ONG. Pero hay una paradoja en todo esto: al “descubrir” como recurso las capacidades locales en las regiones en crisis a través de la difusión del concepto de resiliencia, han pasado a segundo plano las aspiraciones de prevenir las crisis. En la lógica de la resiliencia, las inundaciones, sequías, guerras, los desplazamientos forzados, la huida y el hambre ya no se perciben como crisis cuyas causas debieran evitarse. La lucha de las personas que deben sobrevivir en condiciones inhumanas se redefine como un factor de resiliencia. En este sentido, la crisis se acepta como una situación normal y la resiliencia ha reemplazado el concepto de sostenibilidad: mientras esta última tiene como objetivo restablecer el equilibrio en el planeta, el concepto de resiliencia consiste en adaptarse a un mundo en desbalance.

La doble faz de la gestión de desastres basada en la resiliencia se evidencia en el nuevo “rol” de los individuos, comunidades y las regiones en crisis que necesitan ayuda: ahora, la superación de la crisis recae principalmente bajo su propia responsabilidad y depende de su resiliencia. Un estudio de caso de la científica italiana Mara Bernadusi sobre un proyecto de fomento de la resiliencia luego del tsunami de Sri Lanka en 2004 describe cómo los perjudicados caen en una trampa: si solo se muestran vulnerables, no cumplen con los requisitos necesarios para recibir apoyo. Si, por el contrario, exhiben mucha resiliencia, superan los niveles requeridos y por consiguiente no se les clasifica como necesitados. “Para merecer ayuda, las víctimas deben evaluar cuidadosamente cuánta resiliencia es conveniente mostrar”, señala Bernadusi.

Para analizar cómo se podría incrementar el grado de resiliencia de una comunidad, se utilizan instrumentos específicos de medición. La Unión Europea ha desarrollado un indicador de resiliencia para medir el éxito de la ayuda y la necesidad de apoyo. USAID también ha elaborado herramientas que definen y miden cuánta pobreza es soportable, a partir de cuándo las personas realmente están en riesgo de morir de hambre y cuál es el nivel en que la desnutrición cae por debajo de la medida usual. Adquirir una mayor resilienica se convierte así en una necesidad imperiosa y el nivel de resiliencia se torna en un instrumento de selección para la ayuda. Con ello se cuestiona la base misma del imperativo humanitario de auxiliar a todos los necesitados.

La prevención de desastres como negocio

El concepto de resiliencia anuncia también un cambio de paradigmas en la financiación humanitaria. Como ejemplo cabe señalar el “Plan de Acción de la Unión Europea para la resiliencia en los países propensos a las crisis 2013-2020”. La redefinición del alcance de las necesidades humanitarias, y por consiguiente del derecho a recibir ayuda, permite integrar diversos programas de la Unión Europea sobre prevención de desastres, adaptación al cambio climático, protección social y seguridad alimentaria y nutricional bajo el principio transversal de resiliencia, con lo cual es posible reducir los fondos. Paralelamente, la ayuda humanitaria se abre crecientemente al sector privado. Éste ha descubierto a la prevención de desastres como un nuevo ámbito para sus negocios. Un estudio demuestra que la reconstrucción luego del tifón Yolanda, que asoló las Filipinas en 2013, se convirtió en un campo experimental para posibilidades privadas de inversión. En lugar de “una reconstrucción con mejoras” (Building Back Better), como se denominó al programa de reconstrucción, la situación de vida de muchos pobladores pobres empeoró dramáticamente, mientras que se abrieron flamantes posibilidades de negocios para las empresas privadas en los sectores mineros, agrícolas y turísticos.

La coyuntura del concepto de resiliencia representa un viraje neoliberal en la ayuda humanitaria y la cooperación para el desarrollo. Pero no es posible limitarse solamente al fortalecimiento de la “resiliencia” de las personas y las comunidades, dado que éstas ya se ven obligadas a recurrir a todas sus capacidades de resistencia para sobrevivir en tiempos de catástrofes. Los actores locales necesitan contar con recursos y apoyo para lograr que los responsables de las crisis participen en los esfuerzos para superarlas. Es necesario promover un movimiento que se niegue a aceptar este desarrollo inadmisible y defienda enfoques alternativos frente a la lógica de las crisis permanentes.


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