Editorial

En la niebla de la moral

15/02/24   Tiempo de lectura: 10 min

Cómo la guerra se hace costumbre aquí en Alemania. El artículo editorial del boletín de medico 01/2024. Por Katja Maurer.

En estos momentos, una lista que se desplaza automáticamente hacia abajo y presenta nombres y fechas de nacimiento sobre un trasfondo negro se está haciendo viral en las redes sociales: en la pantalla, los nombres de niñ@s que perdieron la vida durante los ataques israelíes en Gaza circulan en un bucle infinito. Un@ se ve obligado a mirar, al menos hasta encontrar a un@ que haya llegado a los dos años de vida; de hecho, por mucho tiempo sólo saltan a la vista nombres de niñ@s que ni siquiera habían cumplido un año. Un@ se ve sorprendido por uno de esos horrores banales que despierta la economía de la atención y sus medios: casi la mitad de l@s muert@s en Gaza son niñ@s.

Sin contar –o mejor dicho, sin publicar– permanece el número de soldados muert@s en la guerra en Ucrania, que entra ya en su tercer año. Se dice que son cientos de miles l@s que mueren en un anonimato más profundo que el de l@s niñ@s en Gaza, cuyos nombres al menos pueden hallarse en internet. La sociedad ucraniana aún cree en una victoria sobre Rusia y no quiere enterarse de las cifras de sus muert@s, pero cada vez más hombres se esconden frente al llamamiento a filas. Entretanto, una nueva ley para el registro del servicio militar deberá otorgar “transparencia” a la movilización, pues el ejército se está quedando sin soldados. Entretanto, el llamamiento a filas llega al teléfono celular; ahora nadie deberá escapar frente al deber a la patria.

Guerra y paz consumista

Poco después del comienzo de la guerra en Ucrania, el filósofo español Raúl Sánchez Cedillo públicó con el apoyo de medico un libro sobre el transfondo de la misma y sus consecuencias: “Esta guerra no termina en Ucrania”. Sánchez Cedillo no sólo acertó con el título, sino que defendía la tesis de que las sociedades occidentales estarían cayendo presas de un régimen de guerra, inscrito profundamente en la economía, la política y la cultura. Hace dos años, un@ todavía habría podido rechazar este pronóstico por resultar muy sombrío. Hoy en día, la opinión pública está marcada por una compulsión a tomar partido, así como por visiones del mundo que sólo ven buen@s y mal@s. Asimismo, el régimen de guerra está redefiniendo las prioridades económicas. En lugar de protección del clima, hoy impera el rearme. El complejo militar-industrial está celebrando una resurrección veloz, mientras que el régimen de Putin nos demuestra que una economía de guerra puede funcionar bien durante algún tiempo: al tiempo en que los soldados rusos de la provincia son sacrificados como sus vecinos ucranianos, la vida de consumo en Moscú transcurre con normalidad. Starbucks ahora se llama Tasty, Ikea cambió de nombre a Good Luck. El acceso sin restricciones a las mercancías es lo que importa a la mayoría. La existencia paralela de la guerra y una paz consumista es un rasgo distintivo de nuestra época.

De este modo, podemos apartar de nuestra vista el hecho de que las guerras de la actualidad no están anunciando su posible fin como herramientas inmorales para alcanzar objetivos políticos lejanos; más bien, proclaman el retorno de formas bélicas de resolución de conflictos que ya no se creían posibles: en Ucrania, la muerte en masa sin sentido de soldados por ganancias territoriales minúsculas, como ocurrió durante las batallas de la Primera Guerra Mundial; en la Franja de Gaza, una guerra conducida por Israel con ayuda de la inteligencia artificial y que un oficial del servicio secreto israelí describió como una “fábrica del exterminio” al diario Haaretz. En este punto, algun@s podrían objetar, diciendo que estas guerras tendrían justificación: la invasión rusa, la masacre de Hamás. Esto es cierto. Sin embargo, cuando un@ exige este tipo de contextualización, también deben plantearse estas preguntas por sus causas y sus relaciones en otro lugar; no obstante, en lugar de esforzarse por comprender, un@ se repliega en la búsqueda de una ontología del mal. Esta aparente inevitabilidad de las guerras, que declara cualquier intento de reflexión como una traición, reproduce al mismo tiempo un sentimiento de superioridad occidental en vista de la pérdida de su hegemonía. Así, la paz no vendrá de Occidente; la guerra acompaña la extinción de su estrella.

Alemania, una farsa provincial

En este contexto, Alemania representa un tipo particular de farsa provincial, ya que el “cambio de época” militarista resulta difícilmente compatible con la autopercepción de este país como una nación que se ha vuelto buena. En la niebla de la moral, las banderas de Israel y Ucrania ondean frente a nuestros parlamentos, afirmando: nosotr@s somos l@s buen@s. Al mismo tiempo, l@s polític@s recorren escuelas para exigir conformidad en nombre de la Ilustración. El consenso desde arriba, según el cual la masacre de casi 30 mil palestin@s formaría parte de una “guerra defensiva” –una fraseología que recuerda a la “operación militar especial” rusa–, sigue imponiéndose, aunque con ello Alemania se vuelva aún más provincial. Basta con recordar la reciente cancelación de la artista estadounidense Laurie Anderson, debido a su rechazo por someterse a un examen de conciencia. Se ha olvidado ya a Alexander y Margarete Mitscherlich, quienes en “La incapacidad de sentir duelo” de 1967 advertían que el filosemitismo de las élites alemanas era, en realidad, una forma encubierta de antisemitismo.

Hoy en día, l@s antisemitas son l@s otr@s: judíos y judías crític@s, palestin@s tan sólo por existir, tod@s l@s migrantes que se solidarizan en silencio con las población de Gaza, también porque ell@s mism@s se sienten en peligro. Asimismo se ha olvidado a Thomas Mann, quien en su discurso “Alemania y los alemanes” de 1945 y que debería leerse hoy, dijo que “la Alemania mala” sería al mismo tiempo “la Alemania buena que se equivocó de camino”. Por ello, un@ no podría negar por completo a “una Alemania cargada de culpa y declarar: ‘Yo soy la Alemania buena, pura, justa y vestida de blanco; la mala se las dejo a ustedes para que la exterminen’.” Thomas Mann pronunció este discurso al aceptar la nacionalidad estadounidense y sólo regresó a Alemania en calidad de visitante. Con la desvinculación de Auschwitz de la historia alemana y su transformación en un pecado original excepcional que duró doce años, este “vestido de maldad” ha sido desechado para siempre.

En su lugar, desde hace poco el pecado original se llama poscolonialismo. Con su deslegitimación se defiende no sólo a Israel en su contradictoria existencia, en la que la pretensión de liberación y el anhelo de un refugio seguro se oponen diametralmente a su origen igualmente colonial, así como al consiguiente miedo de l@s colonizador@s frente a l@s colonizad@s. De este modo, Occidente se defiende por encima de todo a sí mismo, a su forma colonial y a su explotación del mundo, pues las promesas de la globalización en torno a un bienestar creciente para tod@s se han quedado vacías. Lo que queda es una inmensa hambre por recursos, para defender su propio bienestar en contra de tod@s l@s demás. África está siendo dividida nuevamente, en medio de una gran demanda de producción de hidrógeno y de energía solar. La jerga decolonial de la política exterior alemana puede hacer muy poco para encubrir este hambre y, desde Gaza, no representa ya una obra inacabada. Hace poco, la publicista estadounidense Masha Gessen afirmó que, el día de hoy, Hannah Arendt no recibiría el premio que lleva su nombre pues, para ella, la relación entre los crímenes coloniales y Auschwitz era evidente. En “Los orígenes del totalitarismo”, Arendt traza una línea directa entre, por un lado, los crímenes coloniales con su racismo y sus raíces imperialistas y, por otro, el colonialismo nacionalsocialista y el exterminio judío.

Huecos en el sistema

Quien esté buscando esperanza, poco encontrará en el Sur Global que, obligado por las circunstancias, ha abandonado hace tiempo el anhelo de una reestructuración del mundo, tal como la exigieron los países no alineados en Bandung, entre los años 1957 y 1958. No obstante, esos huecos que se abren en medio de los conflictos en torno a un orden mundial multipolar representan los lugares en los que podría surgir algo que ponga un límite a la omnipotencia del régimen de guerra. La ONU, que durante las últimas décadas ha dicho adiós a los intentos de reforma de carácter socialdemócrata impulsados por Kofi Annan y se ha convertido en un mecanismo estabilizador del status quo, es el único lugar que queda para una resolución civil de los conflictos mundiales. En este contexto, las acusaciones de antisemitismo por parte de Israel y Estados Unidos revelan ser más injurias verbales que argumentos presentados con seriedad, y sólo alcanzan para seguir vaciando de su contenido a la lucha frente al antisemitismo.

La demanda sudafricana ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que pretendía evitar un potencial genocidio en Gaza, puso en evidencia algo que todavía dará de qué hablar, a saber: que la apelación al derecho humano e internacional, tal y como se confirguró tras los crímenes del nacionalsocialismo contra la humanidad, sólo es defendida seriamente por quienes no abusan de él para legitimar su propio poder. L@s juristas sudafricanos no representaron estos derechos como actores estatales, sino a través de sus biografías en la lucha contra el apartheid y su compromiso en los conflictos post-apartheid. El fin de la hegemonía occidental no tiene porqué ir seguido de un régimen de guerra; también puede basarse en la reflexión sobre el derecho humano universal y aquí, en primer término, sobre el derecho a tener derechos, propio de tod@s l@s habitantes de este planeta. Gaza representa un mal presagio, que plantea la pregunta de si nosotr@s l@s privilegiad@s seguimos siendo capaces de una humanidad universal. L@s juristas sudafrican@s y su insistencia de que a l@s palestin@s les corresponde el derecho a tener derechos y de que debe ponerse un fin a la guerra contra ell@s, han abierto un horizonte. No sólo es el último horizonte que nos queda, sino también la posibilidad de la verdad, la posibilidad de un nuevo comienzo.

Traducción: Benjamín Cortés

Katja Maurer desconfía de cualquier entusiasmo por la guerra. Ella sabe de lo que habla: para medico, no sólo recorrió en múltiples ocasiones Israel, Gaza y Cisjordania, sino también Ucrania en el año 2022, unos meses después del estallido de la guerra.


Haz un donativo!