Comentario

Entre Windhoek y Gaza

21/08/24   Tiempo de lectura: 8 min

La cultura de la memoria de Alemania está perdiendo drásticamente el rumbo. Esto tiene consecuencias fatales. Por Charlotte Wiedemann.

Si Alemania puede utilizar el exterminio de judíos y judías para justificar su apoyo a una guerra considerada por una buena parte del mundo como genocidio, ya no podemos fiarnos de casi nada. La sustancia humanista de la cultura oficial de la memoria se revela como algo alarmantemente débil y, con ello, también se tambalea la suposición de que la conmemoración de los crímenes del nacionalsocialismo podría ayudar a prevenir el fascismo y el autoritarismo en el futuro. En vez de ello, nos encontramos frente a una razón de Estado represiva, que coloca un manto ético sobre lo autoritario.

Aún resulta difícil dimensionar la magnitud de la crisis moral e intelectual que todo esto conlleva. Desde que el trabajo de memoria en Alemania se convirtió en un búmeran para la estigmatización de las minorías, la sociedad de inmigración está siendo atravesada por nuevas marcas de división y alienación. Desde una perspectiva global, Enzo Traverso describe la magnitud de la crisis de la siguiente manera: “¿Cómo resulta posible seguir defendiendo la memoria de la shoah después de que esta se utiliza para legitimar un genocidio?” Según Traverso, la memoria del holocausto estaría corriendo el peligro de convertirse simplemente en un arma de la dominación occidental, tal y como afirma en su libro de próxima aparición “Gaza devant l’historie”.

Gaza frente a la historia significa, junto a todo lo demás, que la lucha por una memoria global más justa e incluyente ha entrado en una nueva fase deslumbrante, con elementos utópicos y distópicos. Quien justifica la masacre en Gaza con la defensa de los valores de Occidente, rechaza con ello de manera rotundamente hostil los esfuerzos por seguir construyendo una memoria del colonialismo. El pensamiento postcolonial es considerado genuinamente antisemita; el paso siguiente a esta demonización consiste en la exigencia de una depuración de la vida académica y cultural.

Un parentesco funesto

La única manera de hacer frente a esta locura discursiva es mediante la reflexión sobre principios universales de igualdad humana. ¿Pero cómo? “De Windhoek a Gaza”, así reza un eslogan utilizado en manifestaciones, estableciendo una continuidad genocida entre los responsables de aquel entonces con las complicidades de la actualidad. Me parece que tiene más sentido hablar de un parentesco funesto, es decir, de esta visión peyorativa sobre las víctimas, que las convierte en personas de categoría inferior, en seres de importancia menor. La lección más importante del holocausto, la de considerar a cada vida como igualmente valiosa, resulta ajena en la Alemania oficial. Esto desemboca en una jerarquización que establece una similitud entre lxs palestinxs hoy y las víctimas histórico-coloniales, pero también degrada a las víctimas no judías de la política de exterminio nacionalsocialista.

El genocidio de romaníes y sinti no tiene cabida en la razón de Estado. “¿Necesitamos tener un país en cuyo nombre se cometan asesinatos para ser reconocidxs?”, se preguntaba de manera sarcástica una activista romaní hace poco. Dos genocidios nacionalsocialistas, ocurridos en lugares idénticos y, sin embargo, con consecuencias en extremo contradictorias en términos de memoria política. En Alemania, está mal visto relacionar el concepto de holocausto con los dos grupos de víctimas, como hace por ejemplo el historiador Ari Joskovicz en su estudio “Rain of Ash. Roma, Jews, and the Holocaust”. El clima de la división y del otorgamiento de rangos es tan evidente que, hace poco, cuando personas pertenecientes a comunidades judías, palestinas, ovahereros y romaníes quisieron reunirse para hablar de solidaridad, tuvieron que hacerlo en un discreto espacio seguro en Berlín.

Este otro diálogo, el de la solidaridad, requiere apoyo para volverse público, partiendo de la certeza de que los crímenes no se equiparan cuando se trata a sus víctimas con el mismo respeto. En este sentido, una perspectiva postcolonial sobre los genocidios es absolutamente compatible con la especificidad del holocausto. Cinco siglos de colonialismo atestiguan una cadena de acciones destructivas en contra de pueblos que eran considerados superfluos, molestos o amenazantes; quien conoce la historia de esta violencia descomunal, no equipara inmediatamente el “genocidio” con el holocausto y, en consecuencia, no relativiza el exterminio de judíos y judías cuando se realiza una acusación de genocidio frente a Israel. Dado que el pensamiento postcolonial toma en cuenta más facetas del actuar violento, podría incluso contribuir a atenuar la agresividad de los discursos.

Lógica binaria

Entretanto, en Israel sigue siendo válida la perspectiva de que un genocidio tendría que parecerse al holocausto para merecer el término, con cámaras de gas y víctimas inocentes, exterminadas de pies a cabeza. Incluso el genocidio armenio, del que algunas personas se salvaron huyendo a Palestina, no es reconocido en Israel. Por otro lado, el alegato de Edward Said por aceptar “la experiencia judía con todo lo que supone de horror y espanto” ha encontrado poca resonancia en el movimiento internacional contra la guerra en Gaza; los términos “sionista” y “genocida” son puestos en relación de manera imprudente, como si el simple hecho de dirigir un museo judío fuera un delito. Quien no se distancia, se convierte en cómplice; este patrón binario equivocado ya fue criticado con razón, cuando músicos rusos tuvieron que distanciarse de Putin para poder presentarse en Alemania.

Cometer un genocidio, apoyarlo mediante complicidad y no querer ver esta complicidad, son tres cosas distintas. Las dos primeras son castigables, mientras que en el tercer caso se trata de una falta moral que podría ser corregida. Quien confunde las tres, convierte a todxs en responsables, mientras que se convierte a sí mismx en el único juez. Si se prohíbe la existencia de zonas grises, pueden surgir eslogans como el que reza “los sionistas no tienen derecho a vivir” que, si bien son minoritarios en el movimiento, no son rechazados con suficiente contundencia. Y después de que la política y los medios en Alemania han etiquetado el uso de la palabra ‘genocidio’ como antisemita, parece ya no haber razones de peso para evitar el término, a pesar de que un movimiento contra crímenes de guerra podría haber alcanzado una extensión mayor.

Malcolm X se encuentra con Fritz Bauer

Desde que Malcolm X viajó a Gaza en 1964, lxs humilladxs y privadxs de derechos se reconocen en el destino de lxs palestinxs; su situación se ha convertido en el espejo de las condiciones injustas a nivel mundial. La guerra en Gaza está poniendo al desnudo de manera extrema cómo Occidente aplica un doble rasero, pero este oscuro punto álgido es al mismo tiempo el punto de quiebre de una época. La causa palestina ha alcanzado una resonancia tal porque la relación de fuerzas a nivel global está cambiando, mientras que, al mismo tiempo, los crímenes de Israel están torpedeando los mecanismos vigentes de protección del Estado de Israel. “El momento se acerca, o quizás ya esté aquí, en que la memoria del holocausto no impida al mundo ver a Israel tal y como es”, escribe el activista de derechos humanos israelí Hagai El-Ad; la historia ya no serviría más como el “Iron Dome que nos protege de ser llamados a rendir cuentas”.

Así, la ambivalencia múltiple se convierte en el rasgo distintivo de un mundo entre los marcadores de Windhoek y Gaza; en este terreno incierto debemos forjar alianzas para un humanismo indivisible. Cuando hace poco se le preguntó a la ex ministra Wieczorek-Zeul, hoy de 81 años de edad, por qué pidió perdón en Namibia por el genocidio ya desde hace 20 años, ella respondió estar marcada por Fritz Bauer, el iniciador del Proceso de Auschwitz de 1963 en Frankfurt: “Su posición fundamental era: quién le niega la humanidad a lxs demás, está en camino hacia el abismo”.

Charlotte Wiedemann publicó en 2022 el aclamado libro “Comprender el dolor de los otros. Holocausto y memoria del mundo”, del cual habló también en el podcast de medico.

Namibia

Hasta el día de hoy, Alemania se niega a reconocer el genocidio contra los pueblos ovaherero y nama en el territorio que hoy es Namibia. En lugar de reparaciones, el gobierno alemán ofrece ayuda para el desarrollo, persiguiendo sus intereses particulares: se pretende que, con el hidrógeno de Namibia, la economía alemana podrá estar lista para los retos futuros. Las organizaciones contrapartes de medico luchan por reconocimiento e independencia.

Actualmente, medico apoya a la “Nama Traditional Leaders Association” (NTLA), entre otras cosas, para la organización del Genocide Memorial Walk en la bahía de Lüderitz. Como parte de una cultura de la memoria autoorganizada que mantiene vivo el recuerdo del genocidio y sus consecuencias, aquí se reúnen frecuentemente nama y ovaherero procedentes de varias regiones de Namibia. Además, este año Forensic Architecture presentó ahí los primeros resultados de su investigación sobre el genocidio. Durante otro encuentro se organizó un intercambio sobre los planes de Alemania y Namibia en torno al hidrógeno.


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