Vivimos en tiempos de incertidumbre. La crisis climática y la guerra en Ucrania quizás alcanzan para caracterizar procesos globales de un orden mundial que se tambalea; la ampliación de la alianza de los BRICS, así como los golpes militares en la región del Sahel, representan otros cambios visibles en la estructura de la distribución de la hegemonía global. Publicamos un texto de Sabelo J. Ndlovu-Gatsheni, quien propone nuevos aspectos para comprender esta era del cambio.
Por Sabelo J. Ndlovu-Gatsheni
Mientras que los medios arrojan un titular tras otro, a l@s academic@s e intelectuales les corresponde la más difícil tarea de proporcionar la tan necesaria información de fondo, es decir: aquello que permanece oculto tras lo evidente. A la vista de tod@s está la inseguridad general creciente y una sucesión de llegadas al poder por la vía militar en Mali, Burkina Faso y Níger.
En esta breve contribución, se utiliza el análisis decolonial del sistema-mundo como una perspectiva idónea en la búsqueda de las razones detrás de la inseguridad en ascenso, así como de los golpes militares en la región del Sahel. En el centro de cualquier análisis decolonial del sistema-mundo se hallan sistemas, estructuras, instituciones y autoridades, que dan forma al marco para la sociedad, la política, el poder y el comportamiento humano.
A continuación, se presentarán cinco tesis a partir del análisis decolonial del sistema-mundo. La primera: lo que se define como terrorismo y como la causa de la inseguridad y de la oleada de golpes militares, no es otra cosa que las excrecencias de un transtornado internacionalismo neoliberal y una inestabilidad interna que se profundiza en las sociedades de la zona del Sahel. Consiguientemente, una crisis del sistema global y una serie de inestabilidades locales coinciden, provocando terrorismo, guerras y tomas del poder por la vía militar como señales, síndromes o también síntomas de una modernidad trastornada. Estas señales o síndromes deben ser analizadas en relación con otros factores como las crisis ecológicas, pandemias, crisis financieras globales, un ánimo que va empeorando o, dicho de otro modo, la ira creciente de una generación completa de jóvenes, así como con el riesgo del rearme nuclear.
La segunda tesis propone comprender las condiciones actuales como “la transformación de una era y ya no como una era de la transformación”, según las palabras de Walter Mignolo. También Kishore Mahbubani postula desde hace algún tiempo que el mundo en el siglo XXI se encuentra en el umbral de un cambio profundo, en cuyo curso la dominación occidental del mundo, prevaleciente desde el siglo XV, llegaría a su fin, reemplazada por el Oriente Global bajo el liderazgo de China e India. Sin embargo, Estados Unidos y Europa parecen no comprender este cambio que se avecina. La África Global, por su parte, promueve el renacimiento del espíritu de Bandung o de la no alineación y se rehúsa a seguir el paso marcado por Estados Unidos.
La tercera tesis es que este cambio, o mejor dicho, este cambio de época, se encuentra atrapado en un estado que Antonio Gramsci definió como un “interregno”, es decir, un periodo histórico en el que lo viejo aún necesita tiempo para perecer, mientras que lo nuevo requiere tiempo para desarrollarse y reemplazar a lo viejo. Entretanto, síntomas de morbilidad hacen su aparición, como por ejemplo las tomas de poder por la vía militar.
La cuarta tesis señala que la región del Sahel constituye un espacio de erupción de sistemas mórbidos, así como también lo son Ucrania y Siria. En estos lugares de erupción de inseguridad, violencia y guerras, se traslapan inestabilidades internas con la crisis global.
La quinta tesis afirma que cuando un orden mundial existente ha llegado al cementerio sin pasar por su funeral, esto será siempre fuente de conflictos y guerras, en las se enfrentan potencias imperialistas que, con frecuencia, tienden a exportar sus guerras y conflictos hacia regiones inestables, vulnerables y que ya están marcadas por disputas, pero que al mismo tiempo disponen de una gran riqueza en recursos naturales de una importancia estratégica.
Se trata por tanto de una crisis civilizatoria, prevista desde hace mucho tiempo por Aimé Césaire. No olvidemos sus palabras: “Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que su propio actuar ha ocasionado, es una civilización decadente; una civilización que decide cerrar los ojos frente a sus problemas más urgentes, es una civilización enferma; una civilización que pone en juego sus propios fundamentos, es una sociedad que se halla en su lecho de muerte”. El proyecto civilizatorio centrado en Occidente (1500-2023), que Carl Schmitt describió como “el nuevo Nomos de la Tierra”, se encuentra efectivamente en su crisis más profunda. Lo que Ricardo Sanín-Restrepo define como un modelo trascendente de dominio, basado en una colonialidad del poder, así como en conquistas, dominación y control, experimenta problemas crecientes para consolidarse sin causar conflictos y guerras.
El poder militar es puesto en acción para reemplazar una hegemonía perdida, en un contexto en el que la supremacía estadounidense (1945-2023) se derrumba, mientras que el atlantismo enfrenta problemas para tratar de reconstruirla mediante iniciativas como la de una occidentalización renovada. Esta occidentalización no ha podido frenar la unidad de las fuerzas de la desoccidentalización, así como el resurgimiento de un decolonialismo rebelde en el siglo XXI, también conocido como decolonialidad. En palabras de Walter Mignolo, “en todas los ámbitos imaginables de la vida están apareciendo actividades que dan forma decolonial al mundo; el uso frecuente de palabras como decolonialidad o decolonización en el pasado reciente, da cuenta del surgimiento de un aparato sensorial de carácter decolonial que requiere de conceptos y teorías para comprender las tragedias y esperanzas del cambio de época”. El resurgimiento de la decolonización/decolonialidad rebelde en el siglo XXI ha reavivado rápidamente y de manera clara a la sociedad política; ha penetrado en la percepción de la opinión pública y se ha encargado de realizar una exploración de una reconstrucción radical del mundo desde la perspectiva de los seres humanos y no de los Estados ni de las élites.
En otro plano, también se desmorona el proyecto neoliberal (1973-2023), proclamado mediante afirmaciones sobre el impulso de la democracia liberal y del capitalismo global guiado por el mercado. Sus consecuencias han sido el empobrecimiento y la polarización a escala global. Para expresarlo con las palabras del autor e intelectual nigeriano Chinua Adobe: todo se derrumba, el centro no resiste más. La desigualdad y la pobreza han aumentado más que en otras épocas; el triunfalismo de la democracia neoliberal tras el fin de la guerra fría, así como las afirmaciones sobre el fin de la historia, se encuentran paralizados.
¿Por qué la región del Sahel se está convirtiendo en un epicentro geopolítico de la inseguridad y del golpismo militar? El encuentro de varios factores convierten a la zona del Sahel en un foco de crisis. Los desafíos ecológicos existentes desde hace tiempo debido al cambio climático y la desertificación; la extensión creciente del terrorismo a partir de la invasión de Libia por parte de la OTAN en 2011; el decreciente dominio neocolonial de Francia y el fin de la Franzáfrica; la nueva guerra por los recursos naturales de importancia estratégica (uranio y otros minerales) emprendida por las potencias globales dominantes e intensificada actualmente por la guerra imperialista en Ucrania; la dinámica de una generación de jóvenes enfurecid@s en la sociedad civil y en el ejército, que trata de hacerse del control sobre los medios de producción; y el fracaso de la democracia neoliberal, que durante muchos años se utilizó para ocultar la crudeza del autoritarismo civil en su función de mediador. Todos estos puntos convierten a la zona del Sahel en una región de aguas inciertas, en la que los imperialistas y otras fuerzas adoran pescar. De manera sucinta, la región del Sahel siempre ha padecido diversas inestabilidades internas que ahora se entrelazan con la crisis del internacionalismo actual, lo que la ha convertido en un escenario de terrorismo y de golpes militares.
En este contexto, es fácil identificar la puesta en cuestión del orden mundial postcolonial al interior de los Estados “francófonos”, así como la conciencia creciente con respecto al neocolonialismo francés en general y a un imperialismo monetario en particular. Francia pierde cada vez más su influencia sobre la África “francófona”, surgida del referendo de 1958, durante el punto más álgido de la decolonialización política. Esto plantea la pregunta de cómo interpretar la reconfiguración del mundo desde la perspectiva de la zona del Sahel, convertida hoy en una franja de golpes militares; y es que esta situación se encuentra intrínsecamente ligada a los desafíos de la colonialidad de un internacionalismo neoliberal que ha perdido su brillo. En la región del Sahel, así como en otras regiones marcadas por la crisis, no sólo se encuentran los intereses de Francia, sino también los de la Unión Europea (EU), de Estados Unidos de América, de China y de Rusia.
En Níger, por ejemplo, fue descubierta una base del ejército estadounidense en la que también había presencia militar de Francia y de Alemania. Resulta decisivo el hecho de que el fenómeno del terrorismo requiera una explicación y no pueda utilizarse para dar cuenta de otros fenómenos como el de la oleada de golpes militares. Tanto el terrorismo como los golpes militares requieren de una explicación. Para un análisis decolonial de las dificultades que sacuden a la región del Sahel, el concepto de “terrorismo” representa más un obstáculo que una herramienta. ¿No será posible que aquello que causa el terrorismo sea al mismo tiempo lo que conduce a golpes militares? ¿Quién está detrás de los que promueven uno y otros?
Otra afirmación certera a partir de un análisis decolonial del sistema-mundo es que no existe ningún problema africano que no sea al mismo tiempo un problema global; desde el comienzo de la colonialidad trascendente del poder, ninguna región geopolítica ha permanecido a salvo de factores como la dominación, la intervención, la manipulación y el control. Los intentos por parte de la UE, Francia y Estados Unidos para ocultarse tras la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS, por sus siglas en inglés) y producir una “segunda Ucrania” mediante una invasión militar en Níger, permite lanzar una mirada profunda al repertorio de trucos de la colonialidad global. A su vez, Rusia intenta activamente y cada vez con más frecuencia desplazar a Francia de Mali, Burkina Faso y Níger. En esencia, las fuerzas que Kuan-Hsing Chen caracteriza como “de-Cold War” colisionan con grandes iniciativas de poder, con el propósito de dividir una vez más el mundo a partir de ideologías, mientras que Estados Unidos intenta en primer lugar movilizar al mundo bajo sus dictados.
Mientras que los regímenes que han sido objeto de golpes militares y sus protectores siguen intentando aducir la democracia como justificación para su reinstauración, la mayoría de ellos nunca fueron demócratas en su práctica política. Ellos parecen limitar la democracia al hecho de ser electos –así sea en condiciones a todas luces no democráticas– y derivan de este hecho sus pretensiones de poder, si bien la población apoya los golpes de estado. Al mismo tiempo, tras este aparente respaldo popular a los golpes militares se oculta más bien un rechazo a una dictadura civil y no la aprobación de juntas militares. Los líderes militares que se han hecho con el poder utilizan diversas justificaciones con carácter retroactivo para sus actividades inconstitucionales. ¿Debemos aceptar su retórica y sus justificaciones? Como ya se mencionó, si bien este encuentro de factores globales y locales hacen de la región del Sahel un terreno fértil para golpes militares, las juntas militares nunca se han mostrado como las fuerzas más apropiadas para la reorganización del mundo desde la perspectiva de una sociedad dominada y empobrecida. Todo lo contrario: en Egipto, Argelia, Sudán y Zimbabue, las juntas militares incluso han socavado lo que la población había logrado construir.
Las fuerzas de la población surgidas de la sociedad política se han dado cuenta de que la soberanía estatal no se traduce simplemente en soberanía de la población. En este contexto surgió el concepto de una reconstrucción del poder ciudadano, reivindicado por el líder de la oposición en Zimbabue y por su partido Citizens Coalition for Change tras el golpe militar en 2017; en Venezuela existe la iniciativa de transformar las comunidades en incubadoras de poder comunal. Ambos ejemplos señalan la posibilidad de decolonializar la comunidad política de su desdichado matrimonio con el “Estado nación” mediante su desacoplamiento con respecto a la nación, lo que, no obstante, parece estar muy alejado de las juntas militares y sus ideas.
Traducción: Benjamín Cortés