Rojava

¿Perspectiva Rojava?

05/08/24   Tiempo de lectura: 14 min

La Administración Autónoma del Norte y Este de Siria lucha por su supervivencia. Un reportaje de viaje. Por Anita Starosta.

Al momento en que atravieso la única frontera hacia el noreste de Siria viniendo desde Irak, el gran ataque de Irán hacia Israel, utilizando más de 300 drones, apenas se halla un par de días en el pasado. En su ruta hacia Israel, muchos de estos drones impactaron varios objetivos, entre ellos la embajada estadounidense en Erbil, al norte de Irak. Esta ciudad es el punto de partida acostumbrado de cualquier viaje hacia los territorios de la Administración Autónoma, llamada Rojava en el idioma kurdo. Rojava abarca un tercio del territorio de Siria, lo que coloca a una buena parte del país bajo la administración de un gobierno democrático y multiétnico.

En Erbil no sólo son manifiestas las consecuencias de la guerra en Gaza; también el acercamiento del gobierno turco, tanto a Bagdad como al gobierno de la autonomía kurda, avanza de manera indetenible. En pocos días se esperaba la visita del autócrata y, algún tiempo después, me llegan fotografías de la conocida citadela del periodo neo-asirio envuelta en la bandera de Turquía. Ambos acontecimientos –la visita desde Turquía, así como el homenaje a Erdoğan rendido por el gobierno autónomo ocupado por el señor feudal Barzani– señalan el comienzo de una nueva alianza militar, forjada para poder actuar conjuntamente en contra de la guerrilla kurda en el norte.

Sólo una frontera abierta

Mientras tanto, en el cruce fronterizo de Sêmalka se trabaja a todo vapor e impera el alboroto. Personas mayores, jóvenes y muchas familias con niñxs pequeñxs mueven pesados equipajes hacia un pabellón de documentación, formando largas filas de manera rutinaria frente a varios mostradores. Yo decido hacer lo mismo y observo que muchas personas sostienen en sus manos pasaportes europeos o de otras nacionalidades. Al día de hoy, más de cinco millones de sirixs viven en el exilio al que se han visto forzadxs debido a la guerra y la violencia.

Lxs viajerxs delante de mí en la fila quieren encontrarse por última vez con el padre enfermo, o volver a ver por fin a sus parientes a quienes, años atrás, la huida de la zona de guerra les resultó muy pesada. En todas las conversaciones llegamos muy rápido al tema de la mala situación de la vida en el noreste de Siria. Si bien el ambiente que impera en la sala de espera es más bien relajado y lleno de emoción debido al pronto reencuentro al otro lado, todxs lxs interlocutorxs están unidxs en su preocupación por lo que les espera. Todxs son conscientes de la guerra y de la mala situación de los suministros. “Nosotrxs traemos medicamentos y otros materiales útiles en el equipaje”, me explica una madre jóven que alguna vez vivió en Qamişlo y que ha encontrado en Colonia un nuevo hogar, abriendo una mochila repleta a modo de evidencia. Después encuentro por fin un lugar en un minibus abarrotado que nos transporta, atravesando el caudaloso Tigris a través de un desvencijado puente de pontones.

Después de un procedimiento similar en la estación fronteriza de la Administración Autónoma –en lugar de Barzani, aquí cuelgan retratos de Öcalan en las oficinas y lxs empleadxs me reciben amablemente–, continuamos el viaje directamente hacia Qamişlo. Ahí me esperan compañerxs de las contrapartes de medico. Con apenas unos kilómetros en marcha, nos cruzamos con un tanque estadounidense, con bandera izada reconocible desde la distancia. La geopolítica es omnipresente en el noreste de Siria: los convoyes militares estadounidenses o rusos, las innumerables bases militares o también el muro fronterizo de Turquía ataviado con banderas gigantescas nos impiden olvidar qué tan disputada se encuentra esta región. Por más absurdo que parezca: hasta la fecha, el más importante aliado y garante para la Administración Autónoma sigue siendo el ejército estadounidense.

Desde la lucha conjunta en contra del Estado Islámico (IS), ganada –no sin sufrir grandes pérdidas– por las unidades kurdas de autodefensa con apoyo de la Coalición Internacional contra el IS, existe un fuerte vínculo entre el ejército estadounidense y las unidades kurdas. Al mismo tiempo, esta es una alianza frágil. Entretanto, en vista de una posible reelección de Donald Trump, muchxs se preguntan si podría ocurrir una retirada de las tropas estadounidenses, tal y como pasó en 2019. En aquel entonces, Turquía aprovechó la oportunidad y ocupó una franja fronteriza en torno a Serêkaniyê, lo que ocasionó que la Administración Autónoma pidiera apoyo al régimen sirio. Desde entonces, Rusia se convirtió en un actor geopolítico en la región. Rojava es la región en la que el mundo se reúne.

El minibus de la Media Luna Roja Kurda sigue su camino a través de una calle polvorienta y llena de baches; muy pronto, nos encontramos sumergidxs en la discusión. Para mí no es una sorpresa escuchar que, desde el ataque de Hamás del 7 de octubre y la consiguiente guerra contra la población palestina, también en Rojava la situación política ha cambiado: las milicias iraníes en el noreste de Siria están ahora más activas, atacando estaciones militares estadounidenses con frecuencia y contribuyendo con ello a la desestabilización de toda la región. Frente a la pregunta sobre las consecuencias de una posible reelección de Trump, todas las personas a bordo están de acuerdo sobre la importancia de cada una de las bases estadounidenses en Oriente Próximo en estos tiempos marcados por la fragilidad.

Bajo fuego

Como si no fuera suficiente, el año pasado el gobierno turco cambió su estrategia y comenzó a destruir instalaciones de importancia sistémica mediante ataques con misiles o la utilización de drones; entre los objetivos se cuenta una importante planta  para el suministro eléctrico de la población, así como plantas de tratamiento de petróleo. Hace meses que no existe un suministro ininterrumpido de electricidad o agua, mientras que, a la fecha, casi el 90 por ciento de la infraestructura ha sido destruída. Su reconstrucción parece casi imposible, pues para ella sería necesaria la inversión de miles de millones de dólares. Por todos lados escasean las piezas de repuesto. La organización de derechos humanos kurda Right Defense Initiative (RDI) trabaja en la documentación de la magnitud de estos ataques para, algún día, poder reclamar justicia, y ya desde ahora se encuentra colaborando con autoridades penales internacionales.

Entre tanto, hemos arribado a Qamişlo. Ahora es cuando inicia propiamente el viaje, en el que la visita a proyectos de infraestructura, a instituciones sociales y a organizaciones de derechos humanos forman parte de la agenda diaria. La mayoría de negocios e instituciones que cruzo en el camino obtienen electricidad mediante generadores ruidosos y contaminantes o gracias a pequeños paneles solares. Los apagones eléctricos definen la rutina diaria en Rojava y son una consecuencia inmediatamente palpable de los ataques turcos a la infraestructura.

Lxs colaboradorxs de RDI planean visitas a lugares que han sido bombardeados, para que yo pueda hacerme una idea más clara del grado de destrucción: queremos ir a la planta eléctrica Siwêdiyê, a una estación de gas y a una imprenta en Qamişlo. Sin embargo, durante la mañana del día acordado recibo un mensaje del director de la organización vía WhatsApp donde se lee: “Alerta de drones”. Tenemos que cancelar las visitas. El sistema de seguridad de RDI funciona: sería muy peligroso emprender el camino hacia lugares que son potenciales objetivos de ataques. Apenas hace dos días, un dron impactó sobre un campo petrolífero y, tan sólo en 2024, Turquía ha lanzado 103 ataques con drones en los que 28 personas perdieron la vida y 44 resultaron heridas.

Decidimos buscar otros lugares afectados en los que podamos sentirnos más segurxs. En Qamişlo, acordamos una cita en el único centro de diálisis de la región y nos encontramos con la directora Gulîstan. Ella, junto con veinte pacientes y ocho cuidadorxs, se encontraba en el edificio en el momento en que el centro sufrió una serie de ataques. El objetivo de los mismos fue la instalación ubicada tras el edificio, donde se producía oxígeno y se almacenaba en tanques. Ahora esa instalación está completamente destruida, las máquinas fueron perforadas por los disparos y los contenedores explotaron.

Gulîstan recoge esquirlas de granada del suelo y las pone en mi mano, mientras me cuenta sobre aquella tarde en que ocurrieron los ataques. Si bien todxs lxs pacientes pudieron ser trasladados a un lugar seguro, dos personas perdieron la vida en los días que siguieron debido a la imposibilidad de continuar atendiéndolas. El centro de diálisis tuvo que suspender su servicio por completo durante un mes y hoy sólo opera de manera limitada. Propiamente, el centro atiende a un máximo de 70 pacientes y realiza 600 diálisis cada mes, pero hoy el oxígeno necesario para la terapia tiene que conseguirse mediante empresas privadas. Esto es carísimo y, a diferencia de lo que ocurría antes, lxs pacientes tienen que pagar el tratamiento de su bolsillo.

Gulîstan voltea la mirada hacia nosotrxs y dice en tono desamparado: “no podemos reconstruir la instalación de oxígeno. Nos faltan los recursos para ello y también las piezas de repuesto. Algunos pacientes mueren y no podemos hacer nada para evitarlo”.

Seguimos nuestro camino hacia la casa de los padres de Berivan Mihemed, ubicada en un barrio concurrido en Qamişlo. Un hombre de traje nos abre la puerta y nos conduce a través del patio hacia la sala. Se trata del padre de Berivan, quien rápidamente comienza a hablar de su hija que tanto lo llenaba de orgullo. Él batalla consigo mismo para encontrar las palabras para expresar el gran vacío dejado por su muerte a toda la familia. Berivan no pasaba de los 25, y desde hace cinco años trabajaba en la imprenta en Qamişlo, encargada de la publicación de revistas y libros de texto. “Ella quería apoyar a la familia con su trabajo y aligerar un poco la carga de nuestra vida cotidiana”, nos cuenta su padre con la voz entrecortada. Él recuerda perfectamente haber subido a la terraza después de los ataques nocturnos y haber visto una humareda proveniente del lugar donde se encuentra la imprenta; entonces bajó las escaleras a toda prisa, subió a su auto y arrancó. Sin embargo, llegó demasiado tarde. El edificio estaba completamente destruido y su hija ya había sido trasladada al hospital, donde tampoco se pudo hacer nada para salvarla. Cuando él arribó, su hija ya estaba muerta.

La madre de Berivan se nos une, mostrándonos una foto. Las lágrimas ruedan por sus mejillas, señal de que la pérdida cala hondo. “¿Puede hacerse justicia? ¿A quién podemos acudir para encontrarla?”, ella pregunta, sabiendo de antemano la respuesta.

Fuera de Siria, ya casi nadie voltea a ver hacia Rojava, donde incontables crímenes se repiten una y otra vez. Es de preverse que estos seguirán ocurriendo todavía durante muchos años, sin llamar la atención, sin ser investigados y en completa impunidad.

El apoyo que no llega

Dejamos la casa para dirigirnos hacia la organización de ayuda de emergencia Media Luna Roja Kurda (MLRK) que, en 2023, abrió el primer taller civil de prótesis, en el que encuentran atención miles de personas que perdieron alguna extremidad durante la guerra. La sede de la MLRK se encuentra en el mismo edificio, desde donde se planean acciones, se llevan a cabo proyectos y se coordina a más de mil colaboradorxs en todo el noreste de Siria. En el terreno se erigen dos edificios grandes, equipados para atender a víctimas de incendio y para realizar tratamientos contra el cáncer; no obstante, se encuentran fuera de servicio, pues los donantes se retiraron, a pesar de que otros acuerdos se encontraban vigentes. Este no es el único proyecto de ayuda que se encuentra paralizado.

Las posibles consecuencias del recorte de recursos para proyectos de ayuda y personas en necesidad se vuelven evidentes durante mi visita al campo de refugiadxs “Washokani”, cerca de Hasaka. Desde 2019 lo habitan cerca de 17 mil personas provenientes de Serêkaniyê y alrededores que fueron desplazadas por los ataques del ejército turco. La MLRK opera ahí una clínica de atención primaria de la salud y se ocupa de la atención médica básica. Hasta la fecha, los casos de emergencia graves son trasladados al hospital ubicado en al-Hasaka, actualmente bajo control del régimen sirio. Ahí existía un convenio con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuyos hospitales se encuentran muchísimo mejor equipados; sin embargo, también este programa fue suspendido. La misma situación rige para la atención médica en el campamento de al-Hol donde, en un espacio cerrado, habitan 50 mil personas, casi todas con vínculos con el Estado Islámico. Aquí, resulta totalmente incierto cómo se atenderán casos de emergencia en un futuro.

En el campamento Washokani han muerto dos niños pequeños por deshidratación en lo que va del año. Los campamentos de refugiadxs sufren afectaciones extremas por el calor y la infraestructura deficiente. Si bien se instalaron paneles solares para proveer de luz y cargar celulares, la energía no alcanza para mucho más.

“Los donantes internacionales nos dicen que ya no les alcanza el dinero”, nos cuenta más tarde Dilgesh Issa, directos de la Media Luna Roja Kurda. “Se nos dice que el dinero se necesita en otra parte y, si bien podemos entenderlo, aquí la situación humanitaria es tan dramática como no se había visto desde hace mucho tiempo”.

Existen reportes independientes que respaldan su afirmación. La atención deficiente tiene consecuencias en el sector salud y, a comienzos de año, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU constataba la existencia de una crisis humanitaria. Muchas lesiones y enfermedades tienen su origen en la precaria atención médica, así sea el cólera debido al agua contaminada o las quemaduras ocasionadas por el uso excesivo de tanques viejos para el almacenamiento de gas. Dado que el precio del gas se ha multiplicado por diez, se vuelve necesario buscar alternativas más económicas.

Colores que se desvanecen

Después de más de una semana en la región, emprendo el camino de vuelta hacia la frontera. La avenida que tomamos corre en paralelo al muro fronterizo construido por Turquía en 2017; la bandera turca ondea intensamente, y las ciudades al otro lado se encontraría a unos minutos en auto si el muro no se interpusiera. La situación no pinta bien para el proyecto democrático de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria. Entre intereses geopolíticos y fanáticos islamistas, a la Administración Autónoma le falta un estatus reconocido por el derecho internacional que pudiera permitirle la entrada en el foro diplomático internacional para así negociar sobre su propio futuro.

Los colores de la revolución se desvanecen de manera evidente. A muchas personas simplemente se les agotan las fuerzas, mientras que el auge de la democracia y la esperanza por una vida mejor se evaporan. En este situación sin salida al que se ven condenadas, la huida hacia Europa se presenta como la única perspectiva de supervivencia para muchas personas.

Sin embargo, en mi memoria permanecen algunas conversaciones con personas que no se dejan intimidar y que permanecen firmes frente a las conquistas democráticas. La directora de la comisión de mujeres Ewa Pirosî lo formuló durante una cena como sigue: “Nadie nos puede arrebatar la experiencia de organizar una sociedad por nosotrxs mismxs, con dignidad y reconocimiento. Nosotrxs conquistamos derechos y no estamos dispuestxs a renunciar a ellos. Esto nos sostendrá durante mucho tiempo”.

Este texto apareció por primera vez el 26 de julio de 2024 en el diario alemán nd.

 

Anita Starosta dirige las relaciones públicas de medico international. Además, la también historiadora es responsable de la comunicación sobre Turquía, el norte de Siria e Irak.


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