Bisharat, Zaman y Fatima crecieron en Pakistán, como refugiados nacidos en un país devastado por la guerra. Para suerte de ellos, no asistieron a una de las escuelas coránicas, en las que el Talibán hasta el día de hoy recluta a sus nuevos adeptos. Una vez que regresaron a Afganistán, encontraron empleo en organizaciones no gubernamentales internacionales. Sin embargo, la vida profesional que eligieron no les deparó sino un cruel desengaño. No lograron cumplir su deseo de transformar la buena fortuna de su escapatoria en una labor a favor de los demás que no tuvieron esa suerte. La vida cotidiana se veía dominada por una rutina falta de imaginación, en la que los programas debían ejecutarse según reglas que los donantes habían establecido en lugares muy lejanos de las ciudades y aldeas afganas, y que no respondían a las necesidades de los habitantes. Bisharat, Zaman y Fatima no se conformaron con este rol. Con el apoyo de cuatro espíritus afines, renunciaron a sus empleos y fundaron una organización de derechos humanos llamada Afghanistan Human Rights and Democracy Organisation (AHRDO). Desde la perspectiva política, dirigieron su labor a aquellas personas que en Afganistán están relegadas al último lugar: lisiados y viudas a causa del conflicto bélico. Distanciándose lo más posible del entorno de las ONG, asumieron el reto y el riesgo de dedicarse con estas personas a la escena teatral: para los muyahidines y talibanes, el teatro es el peor antro de perdición. Con este fin, se basaron en los logros del director teatral Augusto Boal, quien fundó la tradición del “teatro do oprimido” – el teatro de los oprimidos - en el Brasil de los años 60. Tan sólo un año más tarde, escenificaron su primera pieza teatral. Los roles protagónicos no fueron desempeñados por actores ni actrices profesionales, sino por los propios afectados: mujeres que habían perdido a sus maridos, hombres que habían sido torturados brutalmente durante la ocupación soviética o bajo los muyahidines o talibanes. “El teatro de los oprimidos es un lugar en el que puedo decir que no han logrado acallar mi voz”, explica el Dr. Sharif. Fue encarcelado por primera vez en los años 70 cuando era estudiante de izquierda, porque participó en una manifestación contra el gobierno pro-soviético. Luego fueron los muyahidines y talibanes quienes lo encerraron en la cárcel. Adquirió el título de doctor porque, a pesar de todo, logró concluir sus estudios de medicina, pero no se le ha permitido ejercer como médico. En la AHRDO supera largamente en edad a todos los demás. Mientras tanto, el equipo ha logrado presentar casi 200 funciones teatrales, respaldadas por una multitud de talleres en los que se decide el contenido de las obras: historias de terribles padecimientos, pero también relatos de un valor del que sólo hacen gala los desesperados.
La AHRDO cuenta hoy con más de treinta colaboradoras y colaboradores. Aparte de la oficina en Kabul, se ha abierto una en Mazar-e-Sharif, a la que acuden en visitas regulares los activistas Herat, Jalalabad, Parwan y Bamyan. En todos estos lugares, la AHRDO ha establecido estrechos vínculos con las organizaciones creadas por las víctimas del conflicto bélico, que según la tradición islámica se denominan “shura”. Las escenificaciones teatrales se complementan con cursos de alfabetización y una ayuda recíproca de todos los días. La AHRDO se ha unido además con las ONG afganas para las cuales la “justicia transicional” tampoco es un término estándar únicamente ligado a la distribución de donaciones, sino un compromiso renovado a diario, que – dependiendo de las circunstancias – puede convertirse en un riesgo mortal.
Durante el año 2012, medico ha apoyado la labor de la AHRDO (la cual, además del proyecto de testigos contemporáneos y de reconciliación, incluye también una conferencia sobre el proceso de paz) con 28.344 €.