¿Se puede considerar la terapia y la ayuda psicosocial como un trabajo psicosocial emancipatorio? ¿Cómo se pueden crear nuevos espacios de relaciones comprometidas y solidarias que brinden posibilidades, a individuos y grupos, de rechazar la economización de la vida y la patologización de su sufrimiento? ¿Cómo crear otras formas de vivir y trabajar? ¿Cómo concebir de nuevo el viejo vínculo psicoanalítico entre terapia y crítica cultural? ¿Cómo llevar hoy a la práctica el poder subversivo del trabajo psicosocial, para moverse en y contra las circunstancias?
Desde hace más de 30 años medico coopera solidariamente con contrapartes en todo el mundo, las cuales – en la tradición de Frantz Fanon, Martín Baró, Seve Biko, Edward Said o Gayatri Spivak – se ocupan de las consecuencias psicosociales del poder y la dominación. Inicialmente se trataba de los efectos de la dictadura y la represión, así como la esperanza y las contradicciones de los movimientos de liberación; luego se hizo foco creciente en las consecuencias de la violencia social y estructural así como en las luchas por la dignidad y el autoempoderamiento. En todos los continentes, además de la organización de apoyo material, se han desarrollado diversas relaciones, redes de comunicación y debates sobre el trabajo psicosocial comprometido, todos los cuales comparten un punto de partida: una comprensión empática de la subjetividad de los demás.
Esto significa tomar contacto verdadero con la realidad de aquellos que, ya sea como denominados perdedores de la globalización en Haití, Mali o Bangladesh o como migrantes de un horror interminable, son expuestos en un “paisaje de sufrimiento”, al que se refiere la psicóloga sudafricana Johanna Kistner.
Al mismo tiempo corresponde observar que, incluso bajo estas condiciones, las personas no son víctimas pasivas que esperan expertos del mundo exterior, sino que buscan de diversas maneras – a veces creativa, a veces desesperada, a veces furiosa – caminos propios que les permitan modificar sus condicionantes y superar las experiencias. Con ello pueden también convertirse en sujetos políticos.
Conectarse con tales actores, construir relaciones, expresar una actitud de empatía, dignidad, confianza, respeto y solidaridad, y desarrollar, desde la indignación, líneas de acción comunes; esto constituye el núcleo de los esfuerzos de medico.
Entonces, el trabajo psicosocial significa:
Involucrarse en el discurso
Con la ayuda de publicaciones, discusiones públicas, eventos y campañas medico se expresa contra el ocultamiento de causas sociales que originan el sufrimiento psicológico, contra la patologización promovida por intereses comerciales asociados a psicofármacos, contra la economización de la asistencia, que sólo conoce módulos estandarizados y ofertas organizadas en forma privada. Intervenimos en favor de un acompañamiento psicosocial abierto y comprometido con el bienestar general que no se subordine a intereses lucrativos.
Desarrollar una actitud psicosocial autoreflexiva
Incluso bajo circunstancias muy severas, como por ejemplo luego del terremoto en Haití, nos comprometimos en cooperaciones de proyectos que tienen como objetivo fomentar la dignidad y la autoayuda, la cual es implementada y desarrollada por los mismos afectados. En esta relación con las contrapartes es tan importante una comunicación respetuosa e igualitaria como así también la implementación de ofertas prácticas de ayuda. De esta manera, los sobrevivientes mantienen siempre la autonomía y medico no se convierte en un actor paternalista, que solo consolida experiencias débiles, sino que tratamos de implementar una actitud que es consciente de sus propias limitaciones. Esto significa no dejarse llevar por una fantasía narcisista de asistencia, sino reconocer la creatividad y la experiencia de los demás y confiar en sus posibilidades de desarrollo.
Trabajar en relación al contexto específico en lugar de estandarizar
La experiencia subjetiva así como las narrativas social y culturalmente significativas del sufrimiento psíquico son tan complejas y singulares como las personas y sociedades en las que viven. Formas creativas de apoyo como la constituida por la organización Nashet en el Líbano, métodos innovadores como el demostrado por el Centro Ecuménico Antonio Valdivieso en Nicaragua, y resistencias vivas como la representada por las organizaciones de autoayuda Khulumani en Sudáfrica o M3 en México, se desarrollan solamente dentro de y en relación con un contexto específico; son actividades que pueden inspirar a otros, pero que no son transferibles como intervenciones del tipo “mejor práctica”. No se trata de mejores o peores métodos, sino de la desconfianza a las estandarizaciones mismas, las cuales pretenden controlar lo dinámico y subjetivo.
Crear espacios protegidos
Un paso importante de la praxis psicosocial es el apoyo para lograr espacios seguros, aunque sea por tiempos limitados, en los cuales se pueda experimentar confianza, empatía y solidaridad, a fin de poder comprender y reflexionar sobre la propia situación. Esto se puede alcanzar a través de encuentros grupales y propuestas de orientación – incluso terapia –, pero también mediante proyectos culturales y teatrales como por ej. el Freedom Theatre (Teatro Libertad) con jóvenes en Palestina o la organización de derechos humanos AHRDO con mujeres de Afganistán, en las cuales lo indecible se hace visible.
Autoempoderamiento y trabajo en redes
En tanto se observe y considere no sólo el sufrimiento individual sino también el contexto social y se establezcan vínculos y relaciones entre personas que han tenido vivencias similares, surgen posibilidades de liberarse de la privatización de experiencias sociales violentas y de establecer conexiones. Esto puede también suceder mediante enfoques psicosociales comunitarios con comunidades caracterizadas por conflictos en Sudáfrica (Sinani) o de mujeres amenazadas a causa del asesinato por honor en Kurdistán (Khanzad) así como a través de grupos de autoayuda como, por ejemplo, los de la comunidad LGTB en Zimbabue (GALZ).
Reconocimiento y lucha por el derecho a tener derechos
Una parte importante del trabajo psicosocial es la solidaridad con la lucha por el reconocimiento (Honneth) en los planos jurídico, social y emocional. Cuando las víctimas de violencia humana y estructural desprivatizan su sufrimiento y reclaman rendición de cuentas, procesamiento penal y resarcimiento, entonces se visibilizan como sujetos que exigen el derecho a tener derechos.
Justicia es felicidad
Al final de cuentas, nadie puede ser feliz en un mundo con extremas desigualdades. Kate Pickett y Richard Wilkinson han demostrado, en un impactante estudio, que en sociedades con un alto grado de desigualdad cada vez más personas contraen enfermedades psíquicas. Abogar por otro mundo que no excluya a nadie, por relaciones justas de distribución de la propiedad, por un concepto normativo del buen vivir, porque los individuos puedan reconquistar su subjetividad para poder actuar solidariamente; todo esto, según nuestro entender, se corresponde de igual manera con el trabajo psicosocial.