Comentario

No dejarse uniformar

29/03/22   Tiempo de lectura: 9 min

El desorden mundial sigue siendo impredecible. ¿Cómo vivir en la paradoja? Una aproximación.

Por Katja Maurer

1. Ucrania

Tras su publicación por la editorial Rowohlt en 1995, el libro Compañeros de viaje del escritor soviético judío Friedrich Gorenstein no despertó mucha atención. En él, se anticipaba la idea de la memoria multidireccional; es decir, la idea de que las tragedias históricas y los crímenes contra la humanidad no sólo son comparables, sino que quizás también ocurren con un paralelismo y revisten un carácter insoportable que va más allá de la capacidad que poseen los individuos para procesarlos. Ya en aquel entonces podríamos haber aprendido muchísimo de la experiencia histórica de l@s ciudadan@s soviétic@s, en particular de l@s ucranian@s. De este modo, la situación actual de guerra de agresión por parte del régimen ruso en contra de Ucrania, así como de una conmovedora resistencia popular que, con motivo de la guerra, se ha unido resueltamente en defensa de la república ucraniana, nos habría encontrado mucho mejor preparad@s.

Gorenstein perteneció a la generación de la intelligentsia judía de influencia soviética que abandonó el espacio post-soviético incluso antes de 1990, debido a experiencias de vida que rebasan lo que una persona puede soportar: deportación y, a temprana edad, la muerte violenta de su padre; prohibición de escribir y censura. El antisemitismo y el estalinismo fueron los temas que marcaron la vida del escritor. En su exilio berlinés, redactó Compañeros de viaje, una novela sobre dos hombres que viajan a bordo de un tren a través de un paisaje ucraniano conformado por grandes planicies y bosques de abedules. Durante este viaje, ellos relatan, a partir de la intimidad de sus biografías personales, la historia del exterminio de judí@s perpetrado por los alemanes, así como de la muerte por inanición de millones de ucranian@s forzada por Stalin: en la soledad de l@s viajantes, en el aislamiento de una cabina, en el incesante ritmo del ferrocarril.

La mayoría de ucranian@s, sin importar su orígen lingüístico, insisten hoy en día en que las promesas incumplidas de la historia deben consumarse ahora. Después de la catástrofe atómica de Chernóbil, cientos de miles de “liquidadores” salvaron a Europa de un desastre nuclear mucho mayor; los primeros cien provenían de Kiev y, a mano limpia, lanzaron arena hacia el interior de la planta nuclear que ardía en esos momentos. Estimaciones serias parten de que hasta 50 mil hombres murieron tratando de controlar la catástrofe de la planta nuclear, sin mencionar a una generación diezmada de – en aquel entonces – jóvenes que residían en las proximidades de la planta, ni a otras tantas víctimas civiles.

Desde 1990 ha habido tres grandes levantamientos en Ucrania, que tenían el propósito de democratizar sus instituciones y eliminar su carácter oligárquico. Si bien consiguieron derrocar gobiernos, estas protestas no lograron llevar a cabo ninguna transformación. Ucrania es la casa de los pobres de Europa, y esto resulta evidente en el acceso a trabajador@s ucranian@s, l@s más explotad@s en el segundo mercado laboral ilegal; el sociólogo ucraniano Wolodymir Ischtschenko caracteriza a Ucrania como “el país del Sur Global ubicado más al norte”. El porqué l@s ucranian@s no se rinden y continúan desafiando, contra viento y marea, al pragmatismo puro de lo posible, encuentra su explicación en la historia.

2. Nuestra consternación

El sobresalto ocasionado por el hecho de que la agresión de Putin era algo prácticamente inimaginable a pesar de las atinadas predicciones por parte de Estados Unidos, ha desatado un debate pueril en Alemania sobre la cuestión de quién sí sabía de antemano que esto iba a ocurrir. Resulta más dramático el que esta imprevisibilidad se encontraba en el mundo, pero no en nuestras mentes; ahora, sin embargo, crecen profundos temores e inseguridades sobre qué otra cosa, que hasta hoy resulta impensable, podría volverse realidad. La estrategia militar de Putin tenía esto en particular consideración y, por ello, amenazó abiertamente con un ataque nuclear. Mientras que las poblaciones de Polonia, de los Estados bálticos y de otros países que se vieron constreñidos a formar parte del patio trasero soviético se encuentran, una vez más, frente a la pesadilla de la resurrección de un predominio post-soviético y de la dictadura, l@s habitantes de Europa Occidental experimentan nuevamente la Guerra Fría y con ella, la amenaza nuclear.

Para quienes aún tienen padres o madres que hayan vivido la Segunda Guerra Mundial y hayan recibido la noticia del fallecimiento del superviviente del holocausto Boris Romantschenko en medio de los bombardeos rusos en Járkov, el mundo se encuentra tan alejado del orden geopolítico como las propias emociones. Mientras que durante la pandemia de COVID teníamos la esperanza de que esta en algún momento quedaría atrás, la guerra contra Ucrania ha destruido toda idea de un regreso a nuestra vida de antes. Somos conscientes de que aquella vida agradable se sostenía a costa de otras partes del mundo; ahora, tanto la guerra frente a nuestra puerta como los millones de refugiad@s, para l@s cuales probablemente no habrá ninguna perspectiva para un pronto retorno, han terminado definitivamente con las ilusiones de seguir viviendo como antes.

3. La guerra lleva mucho tiempo en el mundo

El hecho de que esta imprevisibilidad es ya, desde hace mucho, una experiencia cotidiana en otras partes del mundo, no puede servir de consuelo. La guerra lleva mucho tiempo en un mundo que se comprendía a sí mismo como resultado del fin de la historia; Europa no es la excepción. La primera guerra europea después de 1990, que se encargó de desmentir la idea de una transformación pacífica del conflicto Este/Oeste, puede brindarnos lecciones para la situación actual.

Recientemente, el periodista Norbert Mappes-Niediek publicó un artículo en el que llamó la atención sobre los debates de aquel tiempo en torno a una zona de exclusión aérea; así como hoy, en ese entonces también fue un motivo de exigencias y finalmente fue establecida en Bosnia. Según Mappes-Niediek, los ataques aéreos no eran de gran importancia en aquel momento, por lo que su puesta en marcha más bien representaba el comienzo de una intervención militar. En este sentido, el debate de carácter altamente moralista al que ahora nos vemos expuest@s en los medios de comunicación posee implicaciones que van mucho más allá de lo que este debate, con sus argumentos humanitarios, parece abordar. Mappes-Neidiek saca la siguiente conclusión a partir de sus observaciones de la experiencia yugoslava: quien quiera impedir la catástrofe mundial, en algunas ocasiones deberá tener el valor necesario para negarse a aceptar las demandas del bando agredido.

4. Las sanciones

Más allá de la entrada en una guerra de consecuencias impredecibles, existen otros mecanismos para sancionar esta invasión violenta por parte del régimen ruso. Sin embargo, la elección de los mismos debe mantenerse al margen de la dicotomía entre buen@s y mal@s, pues da la impresión de que todo mundo lleva ya un uniforme puesto: ya sea el de defensor@s de la libertad, el de estalinista o el de l@s demócratas liberales. No obstante, el desorden mundial no tiene como escenario una lucha entre sistemas, sino que es resultado del fin de la política y del predominio de la economía, agravados en un contexto de catástrofe ambiental. Hace ya varios años, escribimos en un boletín: el capitalismo del desastre viene de regreso hacia nosotr@s; ahora, ya está prácticamente aquí. Ya sea en su forma autoritaria o liberal, él es parte del problema, no de la solución.

“Al sobreestimar la confrontación entre ‘democracias’ y ‘sistemas autocráticos’, se olvida que los países occidentales comparten con China y Rusia no sólo una desenfrenada ideología hipercapitalista, sino también un sistema político, legal y fiscal que favorece cada vez más a las grandes fortunas”, escribe el economista francés Thomas Piketty, al tiempo en que exige sanciones dirigidas contra los oligarcas y no contra la población rusa. Retomar la propuesta del Impuesto sobre las Transacciones Financieras, o Tasa Tobin, sería una buena idea para combatir el desorden mundial en medio de esta guerra.

Ya en 1993 Putin declaró su simpatía por el modelo Pinochet en Chile. Esta simpatía por un ideal dictatorial es más antigua que la ideología euroasiática que oculta un dominio intelectualmente pobre, que dibuja ‘Z’ en las puertas y obliga a todas las personas que piensan por sí mismas a abandonar el país. La campaña militar en contra de Ucrania es, ante todo, un medio para asegurar esta forma de dominio. Es posible que ese sea el verdadero objetivo de las guerras.

5. Ayuda solidaria: seguir adelante

Existe una impresionante solidaridad con l@s ucranian@s así como con otras personas que están huyendo de Ucrania. Esta solidaridad y disposición a ayudar son un comienzo que pone los cimientos, tal y como ocurrió en 2015, de una cultura de la bienvenida, en contra del miedo a lo diferente y por una sociedad con orígenes diversos. Es allí donde radica la oportunidad de crear una asociación solidaria más allá del Estado-Nación y sus delimitaciones excluyentes. Si la casa europea se construye desde abajo, en un diálogo crítico con experiencias históricas y narrativas distintas, permaneciendo unidas a pesar de la incomprensión mutua, entonces una nueva puerta se abrirá.

Muchas preguntas permanecen todavía sin respuesta: ¿Cómo continuamos con la decolonización de Europa comprendiendo la experiencia del Centro y el Este de Europa como parte de este proceso? ¿Cómo podemos lograr una redefinición del multilateralismo y hacer de las instituciones globales instancias eficaces de negociación para la democracia global, más allá del Estado-Nación? ¿Cómo establecer el derecho a tener derechos –correspondiente a tod@s, incluyendo a l@s refugiad@s– en unas leyes que, si bien siguen siendo elaboradas por el Estado-Nación, ya lo rebasan? Estas preguntas no plantean soluciones para la guerra; sin embargo, en vista de que el desorden mundial está caracterizado manifiestamente por una gran imprevisibilidad, sólo es posible seguir adelante allí, donde las personas trabajan para conseguir derechos universales, que sean iguales para tod@s; para reinventar el bien común y no dejarse uniformar. 

Traducción: Benjamín Cortés


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