Por Yassin al-Haj Saleh
Hasta hace muy poco tiempo, la mayoría de la gente en Occidente parecía creer que la guerra de Rusia en Ucrania era cualitativamente muy distinta a aquella otra guerra que, desde hace seis años y medio, se lleva a cabo en Siria. Mientras que existe una gran indignación internacional frente a la entrada de las tropas rusas en Ucrania y los países europeos realizan envíos de armas, ningún país occidental ha condenado del mismo modo a la guerra de Rusia en Siria, ni exigido que sus fuerzas armadas abandonen este país. La guerra contra el terrorismo, implícitamente concebida como una guerra en contra del islamismo militante, ha consolidado un terreno común entre Estados Unidos, Europa y Rusia, el cual es compartido por varios regímenes autoritarios y cleptocráticos en la región, así como por Israel. Resulta difícil de creer, pero hasta entre intelectuales y organizaciones de derechos humanos son muy pocas las voces que se alzan en contra de esta guerra destructiva que parece no tener final. Incluso figuras prominentes de la izquierda, como Noam Chomsky, han puesto en duda que la guerra de Rusia en Siria sea imperialista, debido al apoyo brindado por los rusos al “gobierno” local, como si este “gobierno” no estuviera llevando a cabo una guerra civil permanente en contra de la mayoría de la población; como si esto no se tratara de un genocidio. Y son justamente est@s intelectuales los que ahora apoyan con vehemencia el derecho de Ucrania a la autodefensa… Pero no así en el caso de la población en Siria.
Desde la Segunda Guerra Mundial, el peligro de una guerra entre Occidente y Rusia no había sido tan real como en estos momentos; al mismo tiempo, el acercamiento entre Estados Unidos y Rusia nunca había sido mayor que después de su acuerdo sobre armas químicas en Siria en 2013. Dicho de otra manera, en Siria existen dos Rusias: una estadounidense y una rusa. Lo que ha perpetrado la segunda en Siria, ha sido aceptado en lo esencial por la primera. Aún no está claro si este hermanamiento imperialista se verá afectado por la invasión de Ucrania. Yo lo pongo en duda.
Siria dio un impulso
En Siria, Rusia está continuando con una guerra iniciada hace más de diez años por un régimen genocida en contra de sus súbditos en rebeldía; en Ucrania –a diferencia de Siria, un país vecino de Rusia– la guerra se dirige contra un gobierno electo por la vía democrática. En Siria, por el contrario, no existen elecciones libres desde hace sesenta años, lo que constituye una de los principales motivos para la revolución. Sin embargo, existen similitudes: ambas guerras se dirigen contra la población local en desventaja militar frente al invasor; ambas son llevadas a cabo por una Rusia autoritaria que ha manifestado a todas luces su repudio a la democracia. Además, la Rusia de Putin nunca ha disfrazado su hostilidad frente a la “primavera árabe”.
Resulta incierto si el régimen de Putin habría emprendido la invasión actual en caso de haber encontrado un mayor rechazo internacional por su guerra en Siria. Precisamente porque no es un país vecino de Rusia, su entrada exitosa en Siria dio un enorme impulso a las ambiciones imperiales de Putin: la invasión de Ucrania es el paso siguiente hacia el objetivo de revivir el imperio ruso. Los buques de guerra rusos habían ya zarpado desde su base en Siria en dirección hacia el Mar Negro, hasta que Turquía les impidió el paso. Es por ello inconsecuente y falto de ética condenar esta nueva agresión sin hablar sobre la última guerra de expansión de este mismo régimen y condenarla también; sin ayudar a l@s siri@s a liberar su país.
Refugiad@s, tal y como l@s conocemos
¿Es posible ver en el putinismo dos rostros, uno malo en Ucrania y uno amigable en Siria, aún después del 24 de febrero? Desafortunadamente parece ser así para algun@s, entre l@s cuales no sólo se encuentran fascistas o populistas de derecha en Europa. Ya desde la primera semana después del inicio de la guerra se registró un compendio de lamentables comentarios racistas por parte de reporter@s y polític@s que establecen jerarquías entre víctimas de guerra y refugiad@s según sea su color de ojos, cabello y piel. Aquell@s que “son como nosotr@s”, es decir, europe@s originari@s emigrad@s, merecen ayuda; no así las personas de Siria, Afganistán o de África, pero incluso tampoco l@s europe@s posmigrantes. El Primer Ministro de Bulgaria, Kiril Petkov, lo formuló de esta manera: “Est@s no son l@s refugiad@s a l@s que estamos acostumbrad@s. Estas son personas inteligentes, educadas.” Estos comentarios narcisistas y autocomplacientes resultan sorprendentes después del “giro genocrático” [en referencia a otro texto de al Haj-Saleh, en el que aborda las consecuencias del “choque de civilizaciones” y de la guerra contra el terrorismo, que sentaron las bases para un gobierno de orígen étnico, parentesco, tradición y economía en el territorio de Oriente Próximo]. Las declaraciones de Petkov no deben interpretarse enteramente como un gesto de bienvenida frente a l@s refugiad@s ucranian@s; en mi opinión, lo que se articula en estas declaraciones, a mi parecer, es ante todo la hostilidad frente a la realidad posmigrante en Europa.
Charlie D’Agata, corresponsal extranjero senior de CBS News, declaró que Ucrania no era Irak o Afganistán, ambos países asolados por conflictos desde hace décadas, sino que se trataba, más bien, de un lugar relativamente civilizado, relativamente europeo, en el que uno no se esperaría algo así. Por su parte, Daniel Hannan escribió en el Telegraph: “Las personas en Ucrania se parecen tanto a nosotr@s. Ven Netflix, tienen cuentas de Instagram, participan en elecciones democráticas y leen periódicos libres de censura. Eso es lo que lo hace más perturbador. La guerra ya no afecta sólo a regiones empobrecidas y distantes.” La lógica detrás de tales comentarios es que l@s ucranian@s no merecían esta guerra porque son como nosotr@s y poseen la misma grandeza, a diferencia de l@s otr@s. Sería por tanto lógico que eso que ahora padecen aquell@s que son como nosotr@s, lo padezcan también aquell@s que son diferentes, que habitan regiones del mundo empobrecidas, que leen periódicos sometidos a la censura y no pueden votar libremente.
Aimé Césaire, el gran poeta y político de Martinica, tiene algo que decirle a esta gente “civilizada”. En su Discurso sobre el colonialismo de 1950, escribió: “Lo que el altamente distinguido, muy humanista y muy cristiano burgués del siglo XX no puede perdonar a Hitler no es el crímen contra el ser humano, no es la humillación del ser humano en general. Lo que él no puede perdonarle a Hitler es el crímen contra el hombre blanco y su humillación; es el hecho de que él puso en práctica métodos colonialistas, hasta entonces reservados exclusivamente para árabes en Argelia, para culíes en India y negr@s en África, en Europa misma”. Este agudo flagelo de la lógica racista parece seguir teniendo validez. El racismo, según Judith Butler, instala en el plano de la percepción “versiones icónicas de grupos poblacionales que son a todas luces dignos de compasión y de otros, cuya pérdida no ocasiona ningún daño, ni parece ser digno de lástima”.
Incluso escritor@s de talla internacional consiguieron redactar una carta abierta en la que condenan la invasión rusa de Ucrania sin decir una sola palabra sobre Siria; la mayoría de l@s 1.040 firmantes nunca se han expresado con respecto a la guerra de Rusia en este país. Yo también firmé la carta. La brecha entre las manifestaciones de solidaridad se corresponde exactamente con esa diferenciación que dicta cuáles vidas parecen ser tangibles y cuáles no. Esto no es sino una proyección de la lógica racista de la soberanía global y del imperialismo sobre la vida intelectual. Es verdaderamente decepcionante encontrar esta lógica incluso en contextos en los que se condena concretamente a un imperialismo como el que opera en la invasión de Ucrania.
Conectado en la guerra
No han pasado muchos meses desde que asistí a la Bienal de Kiev. Ahí se llevó a cabo una discusión crítica del concepto de solidaridad y su praxis en Occidente, en particular de la solidaridad selectiva, al parecer muy extendida en Europa. Cuando hablé en el 2021 en Kiev, no me pasó por la mente siquiera que, cuatro meses después, estaría presenciando esta selectividad con relación a la Rusia imperialista: criminal en Rusia, pero no en mi país. ¿Expresa esto algo de cierto con respecto a Ucrania o Siria? ¿O inclusive acerca de Rusia? En primer término, no tiene nada agradable qué decir sobre las potencias occidentales que, hasta el día de hoy, todavía entienden cómo se comercializa el principio de “quien la hace, la paga”, concediendo solidaridad a algun@s, mientras se la niega a otr@s. Aquell@s que conceden solidaridad, reciben a cambio capital simbólico.
Representa un cierto alivio el que, tras tres semanas de guerra en Ucrania, sean cada vez más las personas que señalan –no sólo en redes sociales, sino incluso también en los medios convencionales– el apoyo que brinda Rusia al régimen en Siria, así como a la contribución de Putin a la situación desesperanzadora que se vive en este país. Cada vez más personas se acuerdan ahora de Alepo y también de cómo Rusia atacó hospitales en las provincias sirias, algo que hoy en día está haciendo nuevamente en Mariúpol. Sin embargo, sería ingenuo pensar que ha dado inicio un cambio de paradigma; en Siria todavía existe una Rusia estadounidense.
Ucrania debe ser defendida y el pueblo ucraniano debe recibir apoyo en su lucha por la independencia y la libertad. La guerra de Putin y sus aliados es una afrenta imperialista que debe ser condenada y el ejército ruso debe retirarse en su totalidad. Pero esto debe ocurrir en Siria también. No obstante, la dinámica actual parece apuntar hacia la sirización de Ucrania –es decir, que será objeto de una ocupación parcial o total– y no a la ucranización de Siria –en la que las personas en Siria recibirían algún tipo de ayuda en contra del imperialismo ruso. Parece ser que, contrario a la lógica de la política imperante de división a lo largo de fronteras nacionales, en la guerra se pone de manifiesto que el mundo está profundamente conectado.
Traducción: Benjamín Cortés
Yassin al-Haj Saleh
Yassin al-Haj Saleh es un escritor sirio, ex preso político y cofundador del periódico digital “Al-Jumhuriya”. En 2017, se publicó su libro “The Impossible Revolution: Making Sense of the Syrian Tragedy”. Se encuentra en Twitter como @yassinhs.