Libertad de expresión

¿Soy un berlinés?

23/05/24   Tiempo de lectura: 9 min

La política de la razón de Estado es también un ataque frontal a la capital de las comunidades árabes en el exilio. Por Yassin al-Haj Saleh.

“En el sector de la cultura en Alemania domina un clima del miedo; la censura y la autocensura se han convertido en la nueva normalidad. Artistas e intelectuales árabes y judíxs que se solidarizan con Palestina son en su mayor parte excluidxs y obligadxs al silencio”, afirmó Pascale Fakhry en abril, durante su discurso de inauguración del decimoquinto Festival ALFILM, el festival de cine árabe en Berlín. Apreciaciones similares son ampliamente compartidas entre intelectuales, artistas, académicxs y periodistas palestinxs y árabes. Hasta hace poco, Berlín seguía siendo el lugar en el que se sentían segurxs y protegidxs; todavía en 2019, el científico egipcio Amro Ali caracterizó a esta ciudad como “la capital del exilio árabe”, depositando aquí sus esperanzas en un renacimiento de las fuerzas artísticas e intelectuales de los levantamientos árabes forzados al exilio. Sin embargo, en los últimos siete meses, los meses después del 7 de octubre de 2023, esta esperanza no existe más.

Muchas personas víctimas de la censura y la exclusión son izquierdistas y partidarias del laicismo, y reivindican desde hace mucho tiempo una posición claramente crítica frente a Hamás. Pero es debido a sus memorias personales y colectivas, su sensibilidad política y, en ocasiones, también a partir de sus experiencias personales, que estas personas tienden apoyar la lucha palestina por la libertad, la igualdad y por un Estado propio. Entre ellas también se encuentra, de manera consecuente e incluso con orgullo, la gente del ALFILM. No obstante, este apoyo se ha convertido en el objeto de censura y exclusión en Alemania. “Me ha tocado moderar en lugares difíciles como Beirut, Cairo, Ammán, Abu Dhabi y Dubai. Este año también estuve en Arabia Saudita, de donde se piensa que existe mucha censura; sin embargo, ahí nadie me dijo cómo debía presentar a mis invitadxs, qué tenía que decir, qué tenía que tomar en cuenta y si había palabras difíciles o que no podían decirse”, declaró Rabih el-Khouri, director del comité de selección del festival.

Los ejemplos a los que se remiten estas declaraciones son tan numerosos que han despertado desde hace meses la atención de la prensa internacional. “Un clima de miedo y de acusaciones ha puesto en peligro el estatus de Berlín como capital internacional de la cultura como no ocurría desde 1989”, se lee por ejemplo en un reporte del New York Times sobre Berlín como el “faro de la libertad artística” que alguna vez fue. Con un tono similar se expresó la activista palestina Fidaa al-Zaanin en un reporte del diario alemán taz: “La atmósfera en Alemania es alarmante”.

Monólogo de la política de la memoria

Yendo un poco más lejos, puede plantearse la pregunta de hasta qué punto el modo de proceder en Alemania en relación a la causa palestina representa un acto contra la misma libertad de expresión. La revista israelí +972 realiza un reporte exhaustivo sobre las medidas, en parte fanáticas, que se están emprendiendo en Alemania contra la solidaridad con el pueblo palestino. Estas medidas, calificadas de “draconianas” en el reporte, funcionan como una “máquina de otredad”. Esta máquina de exclusión ha alienado a muchas personas con historias de migración y exilio, algunas de ellas incluso han abandonado Alemania.

Cuando unx piensa que la figura del o de la intelectual es en cierta medida “europea” –al menos yo personalmente solía pensar de este modo, con ideas en mente como la de pluralidad, libertad de expresión, estado de derecho y apertura al mundo–, entonces el mensaje lanzado por esta máquina suena como todo lo contrario; este mensaje comunica a todxs lxs intelectuales no alemanes: “¡No! ¡Tú no perteneces aquí! ¡Tú no tienes el derecho de expresarte libremente! ¡No estás a nuestra altura! ¡Tú eres subalternx!” En referencia a Hannah Arendt, yo afirmé en otra ocasión que nosotrxs como refugiadxs quizás gozamos de algunos derechos en Alemania, pero nunca del derecho a tener derechos. Los meses posteriores al 7 de octubre demuestran esto a la perfección.

La lógica de la otredad contradice el concepto de la ciudad como espacio de la diversidad, de la libertad y del diálogo; contradice además el espíritu de Berlín como capital de la cultura, en la que se lleva a cabo el encuentro de muchas lenguas, memorias y concepciones del mundo. Propiamente hablando, contradice incluso el principio de la integración democrática y expone en su lugar una versión muy represiva de su realización. Las propuestas que han circulado en el país, según las cuales podría obligarse a individuos a reconocer a Israel, no sólo no muestran apertura a otras perspectivas, sino que violan la libertad de conciencia.

La máquina apunta hacia un monólogo en nombre de la cultura alemana de la memoria. Sin tomar en cuenta que Alemania es parte de un triángulo moral, como reza el título del muy recomendable libro de Sa‘ed Atshan y Katharina Galor sobre palestinxs e israelíes en Berlín –un triángulo que no sólo conecta a Alemania con Israel, sino también con Palestina–, la memoria alemana sólo puede “sanar” cuando se convierta en parte de una memoria multidireccional; de una memoria, pues, que rememore también la historia del colonialismo. Esta es la tesis del libro de Michael Rothberg, un libro controversial para muchxs en Alemania.

Sin embargo, aquí se espera que lxs palestinxs, así como otras personas, renuncien a su memoria y adopten la de Alemania justo al momento de llegar a este país; deben cometer algo así como un “suicidio de la memoria”. Así, la misma cultura de la democracia resulta socavada, según Enzo Traverso, que afirma –acertadamente en mi opinión– que la razón de Estado alemana hace alusión a un “estado de excepción”, al “lado inmoral de un Estado que transgrede sus propias leyes” en nombre de un “mandamiento primordial para la seguridad del Estado”. Esto constituye la lógica nacionalista de la soberanía y de la anulación del derecho, que provoca divisiones y ha causado ya grandes daños.

Recuerdos sombríos

Las personas de Palestina o de Siria – como yo– son refugiadas. No pocas huyeron también a causa de una lógica que censura a las personas y les impide expresarse libremente y que debilitó a nuestras ciudades y a nuestras sociedades. Durante los últimos siete meses yo, como uno entre esas personas, me he sentido en Berlín a veces igual de segregado y silenciado como me sentía en Siria, donde nunca podría haberme expresado en público. Un periódico berlinés no tuvo nada en contra de que yo escribiera para ellos sobre mi país, pero sólo mostraron disposición para publicar mis artículos cuando estaban de acuerdo con su contenido. Yo podría haber publicado también en los periódicos de Assad si hubiera escrito artículos en simpatía con ellos. La libertad es siempre la libertad de quien piensa diferente, dijo Rosa Luxemburg en 1918, un año antes de ser asesinada en Berlín.

Los espacios se vuelven más pequeños, más estrechos, planos y exclusivos cuando las personas son obligadas a adaptarse a una ideología o a un dogma nacionalista; por el contrario, estos espacios se abren y se profundizan cuando son habitados con pluralidad y libertad. Berlín, como espacio alemán, europeo y global, no representa aquí una excepción; tampoco los espacios en las ciudades sirias que, desde los años setenta, se volvieron más pequeños y opresivos. En lo que respecta a la libertad de expresión sobre la cuestión palestina, la situación en Alemania y, en menor medida, en varios países occidentales, se asemeja a nuestra situación en la mayoría de países árabes gobernados por severas o muy severas dictaduras. En cuanto se aborda el tema de Palestina, los gobiernos occidentales tienden a convertirse en “regímenes árabes”.

Hace poco, el periodista sirio Suleiman Abdallah, a quien agradezco las citas del comienzo de este artículo, reportó que muchxs artistas sirixs tienen miedo de revivir los traumas que dejaron los recuerdos de vivir en una dictadura; su estrategia en esta nueva realidad de “dictadura democrática” es la autocensura. Uno de lxs tres artistas entrevistados en el reporte, Khaled Barakeh, planea ya abandonar el país; otra, Kefah Ali Deeb, dijo que su sueño es salir del mismo. Ambxs viven en Berlín desde hace casi diez años y se encuentran muy activos en el panorama cultural de la ciudad.

Alemania ha invertido mucho en la construcción de su panorama cultural, sobre todo en Berlín, que goza de una amplia infraestructura cultural. La ciudad es muy humana, humilde, multicéntrica, cosmopolita; hay muy pocos símbolos imperialistas y, a diferencia de París o Londres, en Berlín la vida es accesible. Son ante todo estas ventajas las que convirtieron a Berlín en un lugar tan atractivo para intelectuales y artistas de muchas partes del mundo; y es justo esta atractividad lo que se ha tirado a la basura en los últimos siete meses. La consecuencia: muchas personas, no sólo palestinas y árabes, se sienten restringidas en su libertad y excluidas. De manera preocupante, los actores intelectuales y culturales han adoptado la razón de Estado, cuestión que ha llevado a Carola Lentz, presidenta del Goethe-Institut, a plantear la siguiente exigencia: “¡El trabajo cultural debe seguir siendo independiente!”.

A pesar de todo, la lucha no está perdida del todo. El Festival ALFILM se llevó a cabo durante seis días en varios cines de Berlín. El corazón de la ciudad todavía no está completamente cerrado para la cuestión palestina. Sin embargo, la situación es inestable y actualmente existe certeza sobre si un evento como el Festival ALFILM es uno de los últimos símbolos de Berlín como una ciudad plural, o uno de muchos que aún están por venir.

medico apoya a las comunidades árabes en el exilio a través del trabajo del MENA Prison Forum, que desde hace años trabaja principalmente desde Berlín.

El escritor Yassin al-Haj Saleh es una de las principales voces de la oposición siria. Él conoce bien la persistencia del terror ocasionado por el régimen de Assad desde hace décadas, no sólo por haber estado preso dieciséis años en prisiones sirias desde 1980. Al-Haj Saleh reside hoy en Berlín y escribe regularmente para el boletín de medico.


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