En especial después de las revueltas sociales de 2018 en Nicaragua, una pregunta inquieta a much@s: ¿cómo es posible que un movimiento anteriormente de izquierda y portador de esperanzas para los movimientos sociales a nivel mundial, se haya convertido hoy en un régimen profundamente autoritario y antifeminista? Después del aplastamiento del levantamiento civil de 2018, el otrora revolucionario Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo tienen a Nicaragua bajo un dominio abrumador. No obstante, el proyecto autoritario trasciende las fronteras ideológicas. En El Salvador, el millennial neoliberal Nayib Bukele está resuelto a eliminar todos los obstáculos políticos y jurídicos para un gobierno en el que confluyen élites políticas y criminales; en Guatemala, el Tribunal Electoral no ha vacilado en ordenar el recuento de votos de la primera vuelta de las elecciones presidenciales y regionales, luego de que candidat@s progresistas que no forman parte del llamado “pacto de corruptos” alcanzaron sorpresivamente muy buenos resultados. Mientras que a las comunidades indígenas se les niega violentamente el derecho a la tierra, el estado guatemalteco sigue cautivo en manos de camarillas corruptas.
¿Cómo puede superarse la cultura política del autoritarismo, mantenida en pie a lo largo de la revolución en Nicaragua? ¿Cómo hacer frente al dominio patriarcal en Guatemala? ¿Se requieren nuevas formas de resistencia que sean en sí mismas la crítica a la forma política contra la que se oponen? Sobre estos temas discutimos con Lucía Ixchiu, de Guatemala, así como con Yerling Aguilera y Carlos Vázquez*, de Nicaragua, en un evento realizado a finales de abril en Berlín. Mirando a su tierra centroamericana desde la perspectiva del exilio o la diáspora, ell@s describen también la ambivalencia de posibilidad y dolor presente en el hecho de encontrarse lejos de manera forzosa.
medico: Hace cinco años, los planes para una reforma a la seguridad social desataron masivas protestas encabezadas por estudiantes y a las que se sumaron amplios sectores de la sociedad. Las protestas fueron aplastadas brutalmente y muchas personas perdieron la vida. Decenas de pres@s polític@s se encontraban en la cárcel en condiciones inhumanas todavía hasta febrero, cuando fueron desterrad@s hacia Washington, después de haber sido expropiad@s y despojad@s de su nacionalidad. Daniel Ortega, quien durante la revolución sandinista luchó del lado de quienes posteriormente refundió en la cárcel, no hace un secreto de las pretensiones autoritarias de su mandato, extendido ya por muchos años. El camino de Ortega rumbo a la dictadura es el que se encuentra más avanzado, ¿dónde observan ustedes líneas de continuidad de dominio autoritario en Centroamérica? ¿dónde yacen las diferencias entre los países?
Carlos Vázquez: Nuestros países Nicaragua, El Salvador y Guatemala son tres países que sufrieron y fueron escenarios de guerras muy largas y muy sangrientas, incluyendo aquella donde se llevó a cabo el genocidio contra comunidades indígenas en Guatemala. En Nicaragua hubo una guerra de liberación contra una dictadura, luego una guerra civil, una guerra contra la contrarrevolución, que también fue un conflicto muy complejo, donde también los Estados Unidos jugaron un papel importantísimo financiando a la contrarrevolución. El Gobierno Revolucionario en el poder indudablemente también cometió una serie de arbitrariedades, errores y violaciones de derechos humanos que, a su vez, alimentaron esta contrarrevolución. Y en El Salvador, por otro lado, hubo una guerra también muy larga, donde las fuerzas guerrilleras no lograron tomar el poder. Creo que nuestros países sin duda comparten muchísimas similitudes históricas, sociales, culturales, políticas, pero también tienen diferencias bastante marcadas al mismo tiempo.
Frecuentemente se habla del desarrollo de un “danielismo”, de algún modo desestimado y minimizado, hacia un “orteguismo” duro y brutal. Esto hace referencia a la consolidación del dominio en solitario de la familia Ortega, que se ha adueñado de instituciones clave, tanto estatales como no estatales, así como de un discurso completamente conservador sobre la familia y la nación. Un culto a la personalidad observamos también en El Salvador, donde el Presidente Nayib Bukele gobierna desde hace más de un año bajo un estado de excepción que normaliza la violencia estatal y las violaciones de derechos humanos. Bukele se presenta como cercano al pueblo, viste de jeans y gorra de béisbol, apuesta por el bitcoin y por promesas de modernización. Él y Ortega se diferencian en muchos aspectos, sin embargo, cabe preguntarse: ¿qué papel juegan el carácter dinástico y el estilo de gobernar centrado en personas particulares en esto?
Carlos Vázquez: En Nicaragua, el carácter dinástico del poder remite muchísimo y es una ironía de la historia, porque recuerda a la dictadura dinástica de Anastasio Somoza en los sesentas y setentas. El poder dinástico en Nicaragua tiene que ver con la enorme cuota de poder que le otorgó Ortega a Rosario Murillo, a su esposa, vicepresidenta y directora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía. Ella es jefa de Gobierno y Ortega es jefe de Estado. Entonces, en el caso de Nicaragua, creo que se trata de delegar el poder en la dinastía aún más desde 2018, en la familia, porque son las únicas personas en las que tienen confianza política. Ni siquiera en los aliados de la Revolución o los que los cuadros nuevos logran delegar responsabilidades, sino que solo pueden confiar en su línea, en su linaje de sangre.
Esto es diferente, por ejemplo, con Guatemala, donde en el gobierno no ha habido un presidente en el poder que aglomera el poder por más de diez años. Eso no quiere decir que Guatemala no tenga gobiernos autoritarios, pero es otra lógica de articulación del autoritarismo alrededor de grupos de poder. Y en El Salvador tenemos ahora este desarrollo de un poder autoritario, personalista, donde también el papel de la familia juega un rol muy importante. Pero yo pensaría que tiene mucho que ver con apelar a valores conservadores, a valores tradicionales.
¿Cómo evalúan la situación de Guatemala? ¿Qué se puede decir sobre autoritarismo y continuidades coloniales en Guatemala en vista de la masiva expropiación de tierras, de la brutal expulsión y del racismo sufridos por la población indígena? ¿Es la destrucción de las condiciones para una vida digna un proyecto autoritario de carácter neocolonial y patriarcal?
Lucía Ixchiu: No se puede entender Guatemala si no se entiende el proceso colonial y la fundación del Estado nación guatemalteco. Para empezar, creo que es importante partir de entender que Guatemala desde hace más de 531 años, tiene una dictadura oligárquica de origen colonial que se trenzó con sistemas patriarcales originarios y con un despojo colonial vigente hoy en día. Guatemala es una finca colonial que sigue operando con relaciones de esclavitud y despojo a los territorios indígenas. Hoy en día eso no es un discurso del pasado.
Guatemala tiene como la entendemos desde el Estado nación, tiene apenas 200 años de existir. El Estado nación obviamente se fundó a partir de la exclusión de las grandes mayorías que somos los pueblos indígenas. La colonia no es un discurso de resentimiento de las poblaciones indígenas, es el día a día, es que no tenemos acceso el día de hoy a educación, salud y las cosas más básicas de dignidad humana. Es a eso a lo que nos referimos cuando hablamos de regímenes autoritarios de origen colonial vigente.
Al día de hoy se ha disfrazado una democracia reciente, porque después del genocidio colonial vinieron las dictaduras estatales y después de eso el genocidio, que es la continuidad de los más de 50 millones asesinados durante el proceso colonial en nuestros territorios, en el Abya Yala[1]. Y después de eso viene la democracia. Después de la firma de los acuerdos de paz en el año del 96. ¿Y qué representó eso para nuestros territorios? El despojo permanente y vigente extractivista del neoliberalismo y de las agendas de Occidente. Eso son los sistemas de opresión y los regímenes autoritarios. Por eso la única democracia, lo único que conocemos como pueblos indígenas en el Estado, es el genocidio.
“Patria libre o morir” es una consigna bien conocida de la época de la revolución sandinista, lanzada aún hoy con frecuencia. En ella se oculta también una narrativa del autosacrificio como elemento central de la lucha. Esta narrativa domina y desplaza a la resistencia plural y frecuentemente invisible frente al dominio de la violencia. Pensando desde una perspectiva crítica del patriarcado y decolonial: ¿Seguimos pagando aún hoy el precio de una idea revolucionaria que consistía sobre todo en tomar el poder del estado? ¿Dónde pueden conectarse los movimientos sociales con las experiencias de aquel entonces, dónde deben distanciarse y reinventarse?
Yerling Aguilera: Las protestas sociales en Nicaragua de alguna forma se alimentan de ciertos antecedentes históricos y la cuestión de la revolución sandinista no pasó desapercibida. Hay ahí elementos que se retoman. En aquel entonces en la Revolución se usó el lema de “Patria libre o morir” como una cuestión que obviamente gozaba el sacrificio y que era necesario morir por los ideales. En las protestas en Nicaragua se retoma esta frase y se resignifica a “Patria libre para vivir”. El vivir implica sobre todo poner el ser humano en el centro de la vida. Porque obviamente, sobre todo también desde el feminismo, decimos no, tengo derecho a cuidarme, tengo derecho a salvar mi vida y tengo derecho en algún momento, si es necesario, dar un paso atrás; porque para mí mi vida es importante y no necesariamente la tengo que poner en función de un proyecto, no de un proyecto abstracto que muchas veces no sabemos cómo va a terminar.
Pues, al final la revolución se convirtió en una abstracción. Porque decimos ¿revolución para quién? Revolución sí, pero ¿para quienes?, o sea, ¿quienes viven la revolución, quiénes tienen derecho a sus frutos? Y entonces esa cuestión de darle vuelta a esa consigna también es una crítica a eso, a la agenda, así como al proyecto. Pero al final muchas veces en los proyectos y en sus agendas, no necesariamente estamos representados y sobre todo, no estamos representadas las mujeres. Entonces es como ¿por qué voy a morir por algo que yo ni siquiera tengo conciencia de cómo yo lo voy a vivir, como persona?.
Entonces ese giro de la política como una abstracción a una política que tiene que ver con el yo, con lo personal y sobre todo con la defensa de la vida – no desde el sentido de los conservadores que defienden fetos – sino desde la cuestión de merezco vivir y merezco también tener una vida digna. Entonces esa cuestión de vivir también cuestiona toda esta idea de lo político vinculado como al guerrillero heroico fuerte que se sacrifica por la patria. Pero la patria, la revolución, como abstracciones que no necesariamente están conectadas con las aspiraciones de vida y con la vida misma.
¿Qué piensas tú, Lucía, como activista indígena y parte de los movimientos ecologistas en Guatemala, acerca de la pregunta por los vacíos en los movimientos tradicionales de izquierda?
Lucía Ixchiu: Yo iría incluso más lejos. Cuando hablamos de descolonización nos referimos a dejar de pensar que el ser humano es el centro, porque el ser humano es parte de una red de la vida. Yo creo que ese es para mí el principio fundamental del pensamiento anticolonial. Yo tengo una crítica muy grande a los movimientos sociales en general. Porque creo que hay una herencia colonial profunda del martirologio y del sufrimiento y de la idea de que el mejor activista es el que más sufre, el que ha sido torturado, el que sale al exilio. Y eso para mí es bastante cristiano y por ende, profundamente colonial.
Entonces cuando hablamos de decolonizar es volver a la tierra, es entender que venimos de ella, es entender que hay otras formas de ver el mundo y de organizarnos. Vengo de un pueblo quiché que en su traducción significa “muchos árboles", lo cual significa que nosotras reconocemos a los árboles como nuestros ancestros y por eso cuando se corta un árbol se está haciendo un episteme decidido de la humanidad entera, de la biodiversidad entera. Eso para mí es descolonizar, más allá de toda la teoría académica, pues yo no he necesitado leer un solo libro para descolonizar y entender cuáles son los procesos importantes y fundamentales de estas luchas sociales de las que tanto hablamos. Los procesos revolucionarios empiezan en el estómago, desde lo que comemos. La revolución empieza desde nosotros mismos. No es un discurso de masas, es una cuestión elemental, es comunitario, es en pequeño.
Acabas de mencionar un punto importante. Estamos acostumbrad@s a analizar el contexto político a partir de victorias y triunfos. ¿Debemos aprender a pensar la revolución y las estrategias políticas de manera diferente? Pero si no las analizamos a partir de sus éxitos, ¿entonces a partir de qué?
Carlos Vázquez: Pienso que se puede encontrar algunas respuestas a propósito de no solamente enfocarse en el fin, en el resultado, sino en la forma de lucha, en la forma de articularse. Y pensar que quizás una derrota puede ser un momento de reflexión, de reestructuración que no viene siempre bien o puede venir acompañado de dolor, de desesperanza, de tristeza, pero que en algún momento puede estar moviendo de manera subterránea en el subsuelo. Yo creo que esa es una manera de no ver solamente en un punto determinado, en una victoria total.
En Nicaragua de cierta manera cargamos el lastre de esa revolución triunfante. Es de las únicas tres revoluciones triunfantes en América Latina, junto con la cubana y la mexicana si hablamos de revoluciones en cuanto luchas armadas. Por un lado están personas decepcionadas o de personas de derecha y de extrema derecha que quieren borrar y deslegitimar todo lo que significó esa revolución y prácticamente quieren encontrar en esa revolución la raíz de todos los problemas de Nicaragua. Y por otro lado, hay mucha gente que idealiza a la Revolución y la romantiza. Y entre esos dos grupos es muy difícil tener una perspectiva crítica de la Revolución, reconociendo también que fue un proyecto auténtico de emancipación popular que logró movilizar a cientos de miles de personas y que logró poner al sujeto popular a las personas sencillas, humildes, en el centro. Pero luego hubo un montón de errores, abusos y autoritarismos también. No se trata de negar eso, pero hay que convenir que esta lucha era legítima y válida por liberarse de una dictadura y que no era tampoco hermosa y linda, y no todo el mundo vivía contento y feliz.
Yerling, tú te has ocupado intensivamente de formas de protesta y modos de relacionarse, durante y después de las protestas en Nicaragua. Si no se trata de la conquista del estado, ¿entonces de qué?
Yerling Aguilera: En los últimos años ha habido una ola de movilizaciones en Colombia, Nicaragua, Chile, de un movimiento que está orientado a un carácter más destituyente. ¿Qué quiere decir esto? Que esos movimientos apuntan a derrocar el gobierno, pero no necesariamente apuntan a tomar ese poder. Es una cuestión que tiene que ver obviamente con un giro de la política, en la que ya no se ve en el Estado una manifestación emancipatoria o una representación a través de la cual cambiar el estado de las cosas. Porque al final, la misma historia nos ha dicho que incluso los gobiernos de izquierda, cuando llegan al poder, no necesariamente responden a las agendas de todo ese repertorio por el cual llegaron a él. Y aquí entra un conflicto en toda esta cuestión de que estos movimientos no necesariamente tienen como objetivo llegar a convertirse en un movimiento a través del cual conquistar el poder.
Hay que ver, por ejemplo, la historia del movimiento feminista y del movimiento ecologista. No han tenido la necesidad de convertirse en un partido político o de tomar el estado, de asaltar ese poder, para tener una capacidad real de influencia, muchas veces sobre la misma sociedad, sobre las mismas agendas. En muchos países, por ejemplo, la despenalización del aborto no necesariamente ha pasado por el gobierno o los partidos políticos, sino por la capacidad de movilización que ha tenido el movimiento feminista. Cuando todas estas cuestiones se institucionalizan y se convierten en una fuerza formal, se termina desconectando de todos esos motivos o esas razones por las cuales inicialmente querían llegar al poder. Entonces, este es el elemento del movimiento Azul y Blanco, como se denominó en su momento en Nicaragua; no es un movimiento que en sí plasmé una agenda, una ruta de cómo llegar al poder, cómo conquistar al poder, cómo convertirse en un partido político.
Las protestas masivas, bloqueos de calles y tomas de universidades del 2018 constituyeron un desafío profundo para las estructuras políticas, económicas y sociales de Nicaragua; abrieron horizontes completamente nuevos para reflexionar sobre lo político, sobre formas de la resistencia, así como en torno a la cuestión del sujeto político. Tomando como referencia los tiempos de la revolución y, al mismo tiempo, distanciándose de ellos, se hizo énfasis en otras formas para la organización política y la resistencia. ¿Es necesario “desaprender” una cultura política particular?
Yerling Aguilera: Los movimientos sociales son como un portal al cambio, independientemente de que el movimiento no tome el poder y desaparezca en el camino. Pero tienen esa capacidad en la subjetividad, en la sociedad, de instalar ciertos relatos, y esos relatos al final son los que van empujando una especie de micro cambios a nivel social. El potencial de las protestas sociales y políticas puede entenderse como un proceso continuo de politización que a menudo pasa desapercibido, especialmente si intentamos analizar este proceso en el marco tradicional de éxito y fracaso. Entonces existe el peligro de no tener en cuenta las nuevas relaciones que pueden surgir a nivel micro. Me parece que no hay que minimizar todas esas cositas que van pasando y que tienen la capacidad de ir dejando una estela para ir repensando la sociedad y cómo podemos cambiarla. Entonces, yo creo que más allá de ver los triunfos como la toma del poder o como la cristalización de un partido político, también hay que ver como esos remanentes y esas estelas que van dejando los movimientos en su paso.
Carlos Vázquez: Hace mucho tiempo escuché y esto quizás es muy romántico, pero me gusta mucho la frase “que una canción no hace una revolución, pero la inspira porque inspira alegría”. Y yo creo que en esos meses de abril de mayo de 2018 en medio del dolor y la tristeza y la tensión, sí había cierta alegría en usar las máscaras de los bailes, de los bailes del pueblo en Masaya, en bailar música tradicional nicaragüense, en de alguna manera enlazarse con lo que estaba pasando allá. Creo que estos espacios son lo más difíciles de controlar para Ortega y Murillo, tanto así que han echado presos a muchísimas personas música, cantantes, etcétera incluso en los últimos meses, en el último año.
Creo que fue para el gobierno Ortega Murillo sumamente difícil darse cuenta que muchísimos símbolos de la revolución comenzaron a ser usados en contra de ellos. Eso creo que después del 2018 bajó un montón, pero justamente de alguna manera la intervención de esa consigna “Patria libre para vivir” es un ejemplo de ello. De alguna manera para mí es al mismo tiempo una recuperación de la consigna patria y de morir, pero también un cuestionamiento de la misma. Entonces, existe en ella una dinámica, una tensión, digamos.
Lucía, la praxis de tu colectivo, Festivales Solidarios, va en una dirección similar. Ustedes son un colectivo de artistas, periodistas y científic@s indígenas que aborda temas como la memoria, la defensa de la tierra y la prisión por motivos políticos; además, organizan pequeños festivales y eventos culturales en comunidades indígenas. Quizás podría afirmarse que su praxis se basa en arte y cultura, en lugar de ideología. ¿Cómo fue que llegaron a ella? ¿Son necesarias nuevas formas de resistencia?
Lucía Ixchiu: En el 2012 el Ejército de Guatemala masacró a mi pueblo. No era nada nuevo, porque matar indios en el mundo es un deporte que se sigue haciendo hoy en día y no pasa nada de eso. Recuerdo que cuando estábamos con mi compañero y con otra gente pensando qué respuesta podemos dar a esta violencia estructural y decidimos: vamos a utilizar el arte como una respuesta, desde la anti colonialidad, a reivindicar el derecho a la alegría y a luchar desde ahí para romper con esa idea judeocristiana de tener que luchar desde el sufrimiento. Y por eso decidimos montar caravanas itinerantes de arte por todas las resistencias indígenas y defensa del territorio y de memoria histórica para reivindicarnos desde otro lugar. Porque los pueblos indígenas somos multicolor y por ende somos alegres, somos mucho más que violencia, somos mucho más que sufrimiento, somos mucho más que los pobrecitos indios que sufren del colonialismo y por eso estamos aquí. Yo no soy víctima de nadie, yo soy sujeta de mi historia. Yo estoy aquí porque he decidido luchar en un país que es una colonia. Y el riesgo político que eso tiene significa la muerte, la cárcel o el exilio.
Pero si me preguntas qué es lo que entiendo por resistencia, te diré lo siguiente: los pueblos indígenas estamos hartos de resistir y lo que queremos es que nos dejen vivir. Queremos vivir en paz. Eso es. Es lo que mi madre y mi padre me enseñaron. Lo que nuestros ancestros lucharon. Yo vengo de una organización indígena que tiene más años que el estado nación guatemalteco y que protege 320.000 hectáreas de un bosque comunal, que es una de las áreas de recarga hídricas más importantes de Mesoamérica. Y que ha sido sostenido por el trabajo comunitario de nuestra organización. En nuestro bosque nacen los ríos importantes de un montón de países en Mesoamérica. Entonces queremos que los ríos fluyan libres.
Nos reivindicamos desde la alegría y amamos al color. Quiero compartir algo que aprendí en mi reciente viaje a Costa Rica. Aprendí muchas de las cosas, que creí saber, en el exilio cambiaron. No soy la misma persona que era. Bueno, la comunidad nicaragüense en Costa Rica me abrazó junto a mi compañero. Nos adoptaron los hermanos nicaragüenses exiliados en Costa Rica y aprendí algo de los hermanos y hermanas nicas que están en el exilio en Costa Rica, y es que el exilio se perrea hasta abajo. En serio. Y de pronto se escucha ridículo. Pero se trata de bailar. Se trata de mover el cuerpo y se trata de reírnos. Se trata de tomar desde otro lugar nuestra realidad. Y eso para mí fue una lección de vida increíble. Y me siento profundamente agradecida de haber tenido la posibilidad de conocer a estos hermanos nicas.
El evento se realizó en cooperación con la Mesa Redonda de América Central y el fdcl y fue moderado por Jana Flörchinger.
Carlos Vázquez* es politólogo y desde hace algunos años está activo en la diáspora nicaragüense en Europa. Decidió no hacer público su nombre, debido al temor frente a las represalias contra su familia en Nicaragua.
Lucía Ixchiu es maya k’iche’, artista, arquitecta de profesión y vive desde marzo de 2021 en el exilio, en Bilbao. Forma parte del colectivo Festivales Solidarios, un grupo de artistas, periodistas y científic@s indígenas que aborda temas como la memoria, la defensa de la tierra y la prisión por motivos políticos. Lucía creció en Totonicapán, Guatemala, donde manifestantes indígenas fueron asesinad@s por la policía durante protestas en contra de cambios extensos a la constitución en 2012.
Yerling Aguilera es socióloga y enseña en la Universidad Politécnica de Nicaragua. Durante el movimiento de protesta contra el régimen de Ortega en 2018, formaba parte de diversas alianzas y colectivos, por lo que en ese mismo año tuvo que exiliarse en España. En un artículo que se publicó recientemente, titulado: “Otras formas de luchar son posibles”, basándose en entrevistas y encuestas, describe cómo la revuelta de 2018 pudo organizarse a partir de la solidaridad, autonomía y horizontalidad que derivó en formas de resistencia y que vino a configurar otras formas de subjetividad política que acompañaron las movilizaciones.
[1] Abya Yala (o Abia-iala), proveniente de la lengua guna, significa literalmente “tierra madura” o “tierra florecida” y se emplea políticamente para definir al continente americano en contraposición al “Nuevo Mundo” de los colonizadores europeos.
Traducción: Benjamín Cortés