La (Re)Construcción del Mundo
Ayuda. Solidaridad. Política.
La conferencia en línea “(Re)construcción del mundo”, realizada del 12 al 14 de febrero de 2021, congregó a ponentes de todo el mundo, literalmente hablando. Ell@s establecieron un diálogo transnacional, en el que una opinión pública transnacional también se hizo visible. Se consiguió llevar a cabo un intercambio en torno a la situación catastrófica del mundo, así como experimentar una cultura política que, al menos, hace posible pensar en alternativas a este estado de cosas. Pensar la construcción del mundo requiere de un terreno común basado en la posibilidad de un mundo distinto y en la búsqueda de caminos para llegar a él. En este sentido, nuestra conferencia, que organizamos con el apoyo de much@s colaborador@s, entre ell@s la Friedrich Ebert Stiftung y la Rosa Luxemburg Stiftung, fue una cosa de la imposibilidad; es decir, exactamente lo que se tenía que hacer en el momento.
La conferencia "La (re)construcción del mundo" dio en el clavo. Hasta 8.000 participantes superaron las expectativas de los organizadores.
Por Katja Maurer y Thomas Rudhof-Seibert
Contenido
El gran número de personas atendiendo las ponencias se mantuvo siempre por encima de mil; ello muestra que la conferencia tocó la cuestión fundamental de nuestro tiempo. Esto en medio de una pandemia que, si bien nos amenaza a tod@s, lo hace de manera distinta según nuestra procedencia geográfica y, ante todo, social. Al poner el estado del mundo a discusión, no sólo tematizamos el miedo, sino también sus causas. Las tecnologías de comunicación más modernas hicieron posible la conexión global de una producción global de saberes que ya no se asemeja al modelo majestuoso del árbol del conocimiento, sino a un complejo entramado de raíces que se extienden en múltiples direcciones.
¿Por qué una organización de ayuda humanitaria realiza una conferencia que más bien podría ubicarse entre las actividades de alguna universidad? Por dos razones: en primer lugar, para encontrar la salida al callejón en que ha quedado atrapada y así, en segundo lugar, cumplir satisfactoriamente con su misión principal, a saber: dar cuenta del estado del mundo. De hecho, con base en el estado actual de las cosas, es difícil encontrar a alguien más apropiado para llevar a cabo esta tarea que una organización de ayuda humanitaria que busca actuar políticamente y, en último término, eliminar las condiciones que hacen necesaria su propia existencia. Para medico international esta fue ya la tercera conferencia, esta vez realizada de manera novedosa a nivel mundial, abocada al análisis crítico del tema de la ayuda humanitaria.
1. La ayuda humanitaria
Haití y Moria: la ayuda humanitaria en la encrucijada
Los foros de inicio discutieron los ejemplos paradigmáticos del poder y la impotencia de la ayuda humanitaria: Haití y Moria. Allí, el antropólogo estadounidense Mark Schuller caracterizó a la ayuda humanitaria internacional tras el terremoto como una “ocupación humanitaria”. El terremoto ocurrió en 2010 y cobró la vida de 300 mil personas; las víctimas de la “ocupación”, sin embargo, aún no han sido calculadas. Como los países que las financian, las organizaciones de ayuda humanitaria se han posicionado favorablemente en medio de condiciones miserables y vergonzosas y han aceptado al presidente Jovenel Moïse que, con el apoyo de Occidente, está en vías de convertirse en un dictador.
Como en Haití, también en los campamentos ubicados en las fronteras exteriores de Europa se trata evidentemente sólo de “contener”, es decir, del establecimiento de un cerco. Moria, en la isla griega de Lesbos, se ha convertido en un símbolo de esto. El jurista Maximilian Pichl habló del “complejo Moria”, en el que el sistema europeo de campamentos y de privación de derechos ha dado un salto cualitativo.
Financiarización de la ayuda humanitaria
El humanitarismo, que no sólo en Haití y en Moria se dota con recursos financieros y morales, sin ser capaz de resolver nada, tiene su complemento en la financiarización de la ayuda humanitaria. Barbara Adams, del “Policy Forum” con sede en Nueva York, describió durante el tercer panel cómo las Naciones Unidas están impulsando una privatización cada vez mayor del financiamiento de la ayuda humanitaria. Si bien el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial establecieron una política sistemática de endeudamiento para los países más pobres al mismo tiempo en que fungían como financiadores de la misma, hoy se desea su regreso en la medida en que funcionen, al menos formalmente, como organismos democráticos. En cambio, los bancos, que de manera creciente asumen esta función, sólo están regidos por una ley: la del mayor beneficio posible.
Una ayuda humanitaria que no sólo quiera combatir las emergencias, sino también sus causas, debe asumir el reto de redefinirse a sí misma. Cuando la cuestión no es la eliminación de la miseria, sino su administración, la repolitización de la ayuda humanitaria debe cuestionar nuevamente al sistema en su conjunto. ¿Pero cómo?
2. El capitalismo
Capitalismo como hazaña y desastre
Hoy en día, las metas climáticas sólo serían seriamente alcanzables poniendo fin al crecimiento, afirma la periodista económica Ulrike Herrmann: para ella, la inevitabilidad del cuestionamiento del capitalismo es resultado de las exigencias de la catástrofe climática. “¿Pero cómo alcanzamos” sintetizó así su cuestionamiento central, “a un proceso de transformación que no derive en una guerra civil?” ¿Es suficiente ensayar en la práctica modos de vida y de economía alternativos para liberar el “freno del pensamiento” que bloquea el camino hacia la transformación necesaria para la supervivencia del planeta?
Capitalismo poscolonial
Según el politólogo italiano Sandro Mezzadra, los movimientos migratorios muestran de modo impresionante que no sólo el Sur Global, sino también y particularmente el Norte Global, tiene un carácter “poscolonial”. Como el momento dinámico-emancipatorio de la crisis actual, los conflictos en torno al racismo, al supremacismo blanco y a la producción jerárquica del saber adquieren una dimensión muy decisiva. La pandemia, sin embargo, habría desencadenado una crisis de movilidad y ampliado el régimen de frontera, que ahora incluye normas de higiene y cartillas de vacunación. Bajo estas condiciones, sería posible pensar en una forma distópica de gestión de la migración, en la que los guetos e incluso lugares como Moria podrían convertirse en reservorios de fuerza de trabajo temporalmente necesaria.
El periodista nigeriano Moussa Tschangari complementó el señalamiento de Mezzadra respecto a las tendencias distópicas del capitalismo poscolonial con la decepción causada por las promesas incumplidas del periodo posterior al conflicto Este-Oeste. Una de estas promesas fue aquella de la “aldea global”, en la que tod@s, liberad@s ya de regímenes autoritarios, estaríamos conectad@s por una acceso libre e igualitario a la democracia, a bienes públicos y a la movilidad. No obstante, esta aldea se desintegra visiblemente en partes separadas entre sí por muros infranqueables.
Contrastando con el carácter distópico del análisis, Mezzadra subrayó la importancia de movimientos que, a pesar de la pandemia, están alzando la voz: levantamientos feministas, Black Lives Matter, movimientos ecologistas y, justamente, la tenacidad de la migración y su insistencia en el derecho a la movilidad. Una chispa de esperanza en un escenario sombrío.
Sobre control y muerte
La antropóloga y feminista argentina Rita Segato planteó la pregunta de qué es lo que la pandemia hace realmente con los sujetos occidentales modernos: sujetos que, según Segato, reprimen su muerte y que, ahora que se aproxima a ellos y a sus seres queridos, buscan hacerla desaparecer tras asépticas imágenes de hospitales. Partiendo de los feminicidios en Latinoamérica, el desprecio a la muerte cultivado por la masculinidad blanca de la extrema derecha se revela en el contexto de la pandemia de COVID-19 como la pretensión masculina de dominio sobre la muerte de otr@s.
3. (Re)construcción
¿Qué tenemos en común para reconstruir el mundo?
La ponencia del filósofo camerunés Achille Mbembe demostró una vez más lo imprescindible de su voz en los debates sobre el capitalismo poscolonial. Mbembe abordó desde la raíz la pregunta de si una reconstrucción del mundo es posible y de cómo podría ser: desde África.
Se trataría de reconstruir “un mundo para tod@s y para todo”, basado en un nuevo orden y necesitado de una nueva ética. En el mundo de hoy, configurado a partir de un modelo de desarrollo orientado hacia el extractivismo y la financiarización, aparecerán inevitablemente zonas prohibidas cada vez más grandes, que tendrán que ser controladas y contenidas mediante una especie de “gestión a distancia”. Estas zonas nos remiten al pasado colonial, sin embargo habrían superado ya la paradoja del colonialismo que, siguiendo a Mbembe, conectaba el control a distancia con la violencia corporal directa. Hoy, no obstante, el “mapa del desarrollo” estaría siendo trazado nuevamente. En este nuevo trazado se contraponen dos alternativas de desarrollo: “Un mundo en estado de emergencia permanente, administrado mediante una gestión tecnocrática, o una transformación estructural de la sociedad y de la humanidad como un todo”.
Un cosmopolitismo post eurocéntrico debería situar los diferentes archivos del saber uno junto al otro en igualdad de condiciones, sin jerarquizarlos. Sin embargo, “es aquí donde la persistencia del racismo revela un fracaso del proyecto del orden liberal”. En este contexto, Mbembe se refirió a la ideología del supremacismo blanco que, desde hace siglos, mantiene la autoimagen engañosa de l@s blanc@s con respecto a su autonomía, ocultando así su dependencia de los cuidados de sus esclav@s y, por tanto, negando su propia responsabilidad, así como la indagación de su obligación de reparar. De este modo, Mbembe situó la revisión y superación del supremacismo blanco en el centro de la tarea de transformación.
¿Pero qué es lo que tenemos en común? La escritora keniana Yvonne Adhiambo Owour dejó en claro que una evocación simplista de lo común no puede sino ampliar el abismo: “El pasado acecha al presente, le da forma, lo está colonizando”. Al mismo tiempo, sin embargo, un mundo nuevo estaría en gestación. Según Owuor, quien quiera participar en este proceso, deberá hacer, ante todo, una cosa: “madurar”. La socióloga Sabine Hark vínculo este llamamiento con la revisión de las diferencias de las que se desprende la obligación hacia lo común en una globalidad asimétrica: “Desaprender los privilegios, desaprender un modo de vida imperial, decir activamente no a una socialización formada en el sometimiento a lo largo de siglos, requiere algo distinto a proyectarse nuevamente como ciudadan@s polític@s a partir de una posición igualmente formada a través de siglos de desposesión”.
Historia no redimida
El pasado asedia al presente. El peso de una historia no redimida se encuentra entre nosotr@s. Sus antepasados, aún no tan distantes en el tiempo, traicionaron los principios fundamentales de la humanidad, cometieron atrocidades contra la existencia, desolaron la Tierra y comercializaron la vida. Publicaron tonterías sobre nosotr@s, cosas sin sentido que aún hoy, en su mundo, son tomadas como ciertas. La codicia desenfrenada por el capital, la ganancia y la riqueza ha contribuido a la descomposición del alma humana y al socavamiento de la confianza en otr@s. Admitir esto y más no haría menos humanos ni a usted, ni a sus antepasados; sólo anunciaría a aquell@s que han heredado las heridas que usted está dispuest@ a reconocer una ruptura cultural devastadora. “Reparación” es el último paso en una larga odisea que, comenzando con un ajuste de cuentas interno, conduce a un reconocimiento público de las largas sombras en el interior. El futuro se resiste a la amnesia.
El anhelo “de algo completamente distinto”, formulado desde la desesperanza por Moussa Tschangaris, así como la insistencia de Mbembe en lo imprescindible de una “transformación de la humanidad en su conjunto”, pusieron sobre la mesa, de manera implícita pero manifiesta, la pregunta por la revolución. Sin embargo, nada se encuentra simplemente al alcance de la mano. La filósofa estadounidense Susan Buck-Morss se unió a Membe en su llamado por la desjerarquización de los archivos de la memoria. “El colectivo revolucionario no es simplemente la universalización de una abstracción”, sino que, más bien, puede experimentarse precisamente en el “enorme resplandor de movimientos muy diversos”.
L@s otr@s dos panelistas dieron también testimonio sobre esta aparente paradoja. El cineasta sirio Saeed al Batal explicó por qué las personas se sumaron a la revolución en Siria a pesar del peligro de perder la vida: “No toda vida es una vida verdadera”. Es precisamente este razonamiento el que, según al Batal, ha puesto a l@s revolucionari@s en Siria en condiciones de poner su vida en riesgo.
Pierina Ferreti informó sobre la explosión social en Chile, respaldada por millones de personas, y que habría sido resultado de la cosificación de la existencia en su conjunto en un país ultraneoliberal como Chile, donde el ser humano sólo es un objeto de la ambición por la ganancia, sin importar lo que esto implique. El movimiento habría desencadenado una rabia en la sociedad no prevista por la clase dominante, y a la cual ningún partido político, ni siquiera de izquierda, se encuentra en condiciones de representar. Por tanto, al interior del movimiento, cada cual tuvo que defender su propia causa.
Neurosis de control
Entre tanto, ocurre lo que alguna vez llamé “neurosis de control de Occidente”: el menosprecio del tiempo, la incredulidad frente a la naturaleza histórica de todo lo que existe, una especie de extremismo cartesiano; la creencia de que la mente estaría por encima de la res extensa (la simple materia) y que, por tanto, ejercería un control definitivo sobre la historia de todo lo viviente y, en consecuencia, sobre la vida misma. La pandemia acontece frente a un ser humano excluido de la vida: con la esperanza de eliminar toda indefinición e incertidumbre, él mismo se ha impuesto un exilio alejado de todo lo vital. Es así que la pandemia ha puesto en cuestión la fe de nuestra época. Como un escáner gigante, desvela la estructura oculta del mundo, su esqueleto; es algo así como la “irrupción de la realidad”, que sepulta la fantasía de omnipotencia del capitalismo apocalíptico. Esto podría conducir a una reinicialización, a un reset… Si no lleváramos dentro el antídoto que frena la capacidad transformadora del sistema: nuestra fatal incredulidad frente a nuestra propia muerte.
La revolución de los derechos humanos
Puede afirmarse que ninguna revolución moderna pudo lograr lo que en un inicio se propuso; asimismo, que muy pronto todas estas revoluciones se volvieron contra l@s revolucionari@s que las iniciaron. Contra este fin siempre prematuro o, mejor dicho: contra esta interrupción constante de la revolución, la teoría crítica acuñó el concepto de la revolución de los derechos humanos. La revolución es el proceso histórico en el que nos prometimos y nos comprometimos mutuamente a vivir libres y en igualdad de derechos. Si observamos con detenimiento, incluso la permanencia de revolución puede ser considerada un derecho humano; como el derecho, establecido en el §28 de la Declaración Universal, a un “orden social e internacional en el que todos los derechos y libertades contenidos en esta Declaración puedan ser realizados”: para tod@s y cada un@, en cualquier lugar.
Resulta casi una obviedad afirmar que todas las problemáticas mundiales abordadas en la conferencia requieren de una solución global. ¿Pero dónde se expresan planteamientos para tales soluciones? En el podio de clausura aparecieron propuestas que fracturan el horizonte del presente, para una praxis distinta. Esto con motivo de cuatro temas, que de una u otra manera estuvieron presentes a lo largo de la conferencia: la reconquista de la salud como un bien público basado en los derechos humanos; la delimitación del poder de las empresas a través, por ejemplo, de leyes abocadas al cumplimiento de los derechos humanos en las cadenas globales de suministro; la conexión de las luchas antirracistas a escala transnacional con la idea del abolicionismo y, por último, la necesidad de hacer visible lo otro posible, en un tiempo de “crisis de alternativas” (Buck-Morss), tal como se logra algunas veces en proyectos que, al menos por un tiempo, pueden representar “islas de la razón”. Esto resulta algunas veces exitoso en la cultura, como mostró el dramaturgo Milo Rau, ejemplificando con su película “El nuevo evangelio”. En ella, se representa a Jesús como un activista refugiado de Camerún, los apóstoles son trajador@s sexuales, trabajador@s ilegales en las plantaciones de tomates y pequeños agricultores del sur de Italia.
Con este cierre, el podio de clausura enmarcó nuevamente la conferencia en su conjunto, con toda la complejidad de sus contenidos: partiendo de la ayuda humanitaria y su testimonio sobre la situación del mundo, la conferencia trató de percibir posibilidades para su transformación. Sobre esta base, podemos atisbar una cultura política que se acerque, mediante la experimentación filosófica, política y artística, al cruce de fronteras de otro mundo distinto, aún posible.