Pasadas las siete de la tarde del domingo 19 de diciembre se confirmaba la contundente victoria de Gabriel Boric, el candidato de la izquierda chilena, sobre el ultraderechista José Antonio Kast. A partir de allí una verdadera fiesta popular se desató a lo largo de todo el país. Cientos de miles de personas se congregaban de manera espontánea en las avenidas, plazas y barrios, agitando banderas y gritando “¡Ganamos!” entre abrazos y lágrimas de felicidad y alivio. Y no era para menos: tras el shock que significó el que la ultraderecha hubiera obtenido la mayoría de los votos en la primera vuelta, la derrota del heredero del pinochetismo y el amplio respaldo alcanzado por el candidato de la alianza izquierdista Apruebo Dignidad, eran motivos suficientes para salir a las calles a celebrar. La jornada electoral, que estuvo marcada por la escasez deliberada de transporte público en la capital y acusaciones de boicot, culminaba con la imagen de Gabriel Boric pronunciando su discurso como presidente electo ante las miles de personas que desbordaban la principal arteria de Santiago y un país completo que escuchaba por la radio o la televisión las palabras del mismo joven que hace diez años había liderado una de las más importantes movilizaciones estudiantiles de la historia reciente, convertido ahora en el nuevo presidente de Chile, el más joven, el más votado y el primero de una coalición de izquierda desde Salvador Allende.
Pero las celebraciones llegaron más allá de las fronteras nacionales. La elección de Gabriel Boric fue aplaudida por las izquierdas y los progresismos en todo el mundo, en un momento en que la resolución de la crisis capitalista se debate entre proyectos de recuperación democrática y reconstrucción derechos sociales y alternativas de corte ultraconservador y neofascista. En América Latina en particular la victoria del candidato de la izquierda chilena viene a reforzar la esperanza en el renacer un nuevo ciclo progresista tras la debacle de la “marea rosa” anterior. La elección de Boric se suma a las de Andrés Manuel López Obrador en México (2018), Alberto Fernández en Argentina (2019), Luis Arce en Bolivia (2020), Pedro Castillo en Perú (2021) y Xiomara Castro en Honduras (2021), cuadro que podría completarse con las posibles victorias de Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil el próximo año. Al mismo tiempo, la derrota de Kast propina un certero golpe a los proyectos de la ultraderecha global que veía en su elección un paso importante en su consolidación en América Latina.
También a nivel regional, la entrada de Gabriel Boric al mapa de mandatarios latinoamericanos puede contribuir al fortalecimiento de la defensa de la democracia y la libertad desde una posición de izquierda, pues se trata de un líder que, a diferencia de otros del mismo color político en Chile y el continente, no ha dudado en oponerse a las derivas autoritarias de los gobiernos de Daniel Ortega en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela o en apoyar las movilizaciones ciudadanas producidas este año en Cuba. Estas señales proyectan que el presidente electo no se alineará de manera ciega con ningún gobierno y que presionará en el campo de las izquierdas por compromisos más sustantivos con la democracia y la libertad.
“Llegamos para quedarnos”. La generación 2011 ingresa a La Moneda
A nivel local, la victoria de Gabriel Boric es expresiva de la intensificación de las luchas antineoliberales. Sin ir más lejos, el presidente electo, y una camada de jóvenes líderes políticos entre los que destacan las militantes comunistas Camila Vallejo y Karol Cariola, se forjó en medio de la revuelta estudiantil del 2011, primera movilización con un contenido abiertamente antineoliberal que adquirió alcance nacional y que fracturó la legitimidad del régimen. En ese entonces, la demanda por el derecho a una educación pública y gratuita, junto con la crítica al lucro de las empresas educativas, se convertía en un desafío explícito al núcleo del neoliberalismo: la mercantilización de aspectos centrales de la reproducción social. “Educación pública, gratuita y de calidad” era la consigna levantada por los estudiantes y al interior de la sociedad chilena se provocó un despertar que, con los años, fue creciendo.
Por otro lado, al mismo tiempo que el neoliberalismo perdía legitimidad, las elites políticas que lo habían administrado por décadas se desgastaban y una nueva generación comenzaba a emerger. La “generación 2011”, como se la llama desde entonces, se fue constituyendo políticamente en oposición no solo a la derecha, sino también a la centro-izquierda agrupada en la “Concertación de Partidos por la Democracia”, conglomerado que condujo al país tras la dictadura de Pinochet y que mantuvo una línea de continuidad y profundización de las políticas neoliberales renunciando a los elementos básicos de cualquier programa socialdemócrata que se precie de tal. Los colectivos estudiantiles que protagonizaron las movilizaciones de ese periodo se fueron articulando en movimientos y agrupaciones que, con el paso de los años, y atravesando numerosas dificultades, quiebres y reordenamientos, decantaron en la creación de nuevos partidos políticos y del Frente Amplio como coalición. Estos grupos, en alianza con el Partido Comunista, son la base de lo que hoy es Apruebo Dignidad, conglomerado que sostuvo la candidatura de Boric y que logró convertirse en una alternativa política independiente de la Concertación, crítica de su legado y consciente de la misión histórica de superar el neoliberalismo heredado de las décadas anteriores.
Así, las fuerzas políticas y los líderes que se formaron en una de las más importantes luchas contra el neoliberalismo, en un lapso de diez años lograron desplazar a la clase política tradicional y tomar en sus manos la conducción del país. La potencia simbólica de esto es difícil de mensurar.
Las claves de la victoria: feministas, barrios populares y sociedad autoconvocada
El domingo pasado Gabriel Boric se impuso con un 55,6% de las preferencias, equivalentes a más de cuatro millones y medio de votos. Debe recordarse que en la primera vuelta el ultraderechista José Antonio Kast había crecido de manera inesperada y que Boric apenas había obtenido cerca de doscientos mil votos más que los que su coalición ya había logrado movilizar para las elecciones primarias de julio, lo que indicaba que su candidatura no había sido capaz de convocar más allá su base de apoyo inicial. Estos resultados golpearon a la izquierda, a los movimientos sociales y a todo el espectro de fuerzas democráticas y, en las semanas posteriores, los niveles de movilización y la intensidad del despliegue por todo el país fueron proporcionales a ese golpe y a la conciencia de que la posibilidad de que un representante de la derecha extrema llegara a la presidencia del país era real.
La gravedad del escenario provocó que rápidamente todos los partidos de la ex Concertación entregaran su apoyo al candidato de Apruebo Dignidad y que algunos de sus líderes más representativos, como los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, expresaran su adhesión a Gabriel Boric. Al mismo tiempo, y desde el otro extremo del abanico, figuras emblemáticas del campo popular que emergieron en el proceso de la revuelta social y que se habían mostrado absolutamente reticentes a los partidos políticos, llamaron a votar por Boric. Un hito clave en esta dirección fue el respaldo que le entregaron la senadora electa más votada a nivel nacional, Fabiola Campillai, y el joven Rodrigo Gatica, ambos cegados por el actuar represivo de la policía y símbolos de la revuelta de octubre. En esta misma línea, el candidato de la izquierda recibió el respaldo de importantes representantes del movimiento indígena, como la machi Francisca Linconao, reconocida autoridad espiritual mapuche y actualmente convencional constituyente, y Elisa Loncón, dirigente mapuche y presidenta de la Convención Constitucional. También sumaron sus apoyos la inmensa mayoría de movimientos sociales, sindicatos, asociaciones gremiales y, en general, todos los sectores organizados de la sociedad. Al interior de estos movimientos debe destacarse el rol de las organizaciones feministas que rápidamente se volcaron a realizar acciones de campaña para impedir la llegada al poder de un candidato que representaba un peligro real de regresión en libertades y derechos para las mujeres y disidencias sexuales.
Sin embargo, lo más impresionante y crucial de las últimas semanas fue la activación autónoma e independiente de un sinnúmero de grupos autoconvocados de las más diversas composiciones: desde artistas a animalistas, de colectivos LGBTQ+ a cristianos progresistas, asociaciones de vecinos, centros culturales, hinchas de fútbol, y una lista interminable de grupos que se autoorganizaron para hacer campaña. Cicletadas, conciertos, memes, recitales poéticos, se multiplicaron por todo el país. Esta enorme movilización social muestró a un pueblo chileno activo, comprometido con la defensa de los avances que ha alcanzado y dispuesto a movilizarse cuando el escenario lo amerita. En esto radica una de las mayores fuerzas de la sociedad chilena actual y la izquierda, que está a pocos meses de instalarse en La Moneda, debiera tomar nota de ello, pues sin el apoyo activo de la sociedad es prácticamente imposible el avance del programa de reformas que se ha propuesto al país.
En términos de resultados electorales, los datos disponibles son claros: la victoria de Gabriel Boric se sostuvo en un aumento significativo de la participación electoral (56%) en relación con la primera vuelta (43%), y en el voto de las mujeres menores de 50 años y de los barrios populares de la capital. La información disponible indica que un 68% de las mujeres menores de 30 años dio su voto al candidato de la izquierda y que en los barrios populares de Santiago Boric llegó a obtener un apoyo en algunos casos superior al 70%.
Las razones del aumento de la participación pueden ser diversas pero los grupos que dieron la victoria -mujeres y barrios populares-, permiten esbozar algunas hipótesis. En el caso del contundente apoyo de las mujeres, es evidente el efecto político que ha provocado la emergencia feminista contemporánea. Las mujeres de Chile, más concientes de sus derechos conquistados y más dispuestas a pelear por aquellos que todavía faltan como el aborto libre, se activaron para evitar una regresión conservadora y fueron a votar masivamente. Por otro lado, el amplio apoyo que la candidatura de Boric encontró en los barrios populares, habla de la politización provocada por la revuelta social de octubre de 2019. Los barrios populares de la capital, en los que vive un porcentaje muy elevado de la población del país, fueron protagonistas de la revuelta y sufrieron en carne propia la brutal represión policial -la inmensa mayoría de heridos y muertos pertenecen a los barrios populares. La experiencia politizadora de la revuelta y la memoria de la represión actuaron como un escudo ante el discurso de la derecha extrema, que no logró, hasta el momento, concitar la adhesión masiva de los sectores populares.
Los desafíos del gobierno de Gabriel Boric
“No será fácil, no será rápido, pero nuestro compromiso es avanzar” señalaba Gabriel Boric hacia el final de su primer discurso como presidente electo, conciente de las dificultades que deberá enfrentar, no solo por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia y por la reacción esperable de los poderes económicos que ven amenazados sus intereses, sino también por la instalación de un Congreso en el que la izquierda no tiene mayoría ni en la Cámara de Diputados ni en el Senado, donde incluso la derecha se impone por algunos escaños. Bajo estas condiciones, no es aventurado pronosticar que el próximo gobierno chocará con resistencias considerables y que se le hará difícil lograr que las reformas estructurales más emblemáticas de su programa, como la reforma tributaria, la reforma al sistema de pensiones y la reforma de salud, sean aprobadas. Esta situación, en un país que espera ver respuestas contundentes a las demandas que provocaron la revuelta popular y que llevan largas décadas sin solución, será un factor de inestabilidad política, porque la sociedad no está dispuesta a seguir esperando y se producirán protestas y movilizaciones si el programa no se implementa. Es más, dada la composición del Congreso, la movilización social será un factor clave para hacer avanzar las reformas, y el gobierno tendría que ver con buenos ojos el que la sociedad se manifieste y ejerza presión sobre el parlamento y no debiera promover la desmovilización como hizo la Concertación en las décadas pasadas.
Por otro lado, Boric tendrá el desafío de buscar un equilibrio entre las distintas fuerzas que apoyaron su candidatura y que en ciertos casos se encuentran en posiciones encontradas. Como vimos, el arco de adhesiones en la segunda vuelta fue tremendamente amplio y se extendió desde los sectores más radicales del campo popular a insignes representantes del progresismo neoliberal, pasando por las principales organizaciones feministas, sindicales y en general por todos los sectores democráticos. Qué lugar tendrán cuadros de la ex Concertación en el gobierno, cuál será la relación con los movimientos sociales, qué tan amplias serán las posibilidades de participación social incidente, son preguntas que quedan abiertas y que empezarán a responderse cuando el presidente electo nombre su primer gabinete. Al interior de la coalición de gobierno hay distintas posiciones, unas que tienden más buscar una alianza con la vieja Concertación y otras que ven en los movimientos sociales los principales aliados para empujar las transformaciones sociales. Lo cierto es que para gobernar Apruebo Dignidad necesitará ampliarse social y políticamente y que la dirección que tome esta ampliación será fundamental.
Ahora bien, en lo que sí hay claridad es en la disposición favorable que tendrá el nuevo presidente hacia el trabajo de la Convención Constituyente. Gabriel Boric sabe que uno de los legados más importantes que puede dejar es que la nueva Constitución se apruebe durante su mandato y que su firma quede estampada en el texto que reemplazará aquel impuesto por la dictadura de Augusto Pinochet y que amarró institucionalmente el neoliberalismo. Por otro lado, la aprobación de una Constitución que se prevé que tendrá una orientación abiertamente antineoliberal le conviene directamente a su gobierno, pues será un impulso a las transformaciones estructurales propuestas en su programa y que tendrán dificultades para avanzar en el Congreso. Una Constitución antineoliberal refrendada por el pueblo chileno y la posibilidad de que finalizado el proceso constituyente se realicen elecciones generales podría permitir, junto con una reelección de Boric, la conformación de un parlamento más favorable a las reformas. Pero más allá de estas hipótesis, lo cierto es que la relevancia que el presidente electo le otorga a la Convención se expresó en el hecho de que una de sus primeras actividades de la semana fue visitar a la mesa directiva del órgano constituyente liderado por Elisa Loncón, dando una clara señal de respaldo al proceso en curso.
En definitiva, y más allá de las dificultades que se sabe le esperan al próximo gobierno, en Chile todavía celebramos que con esta elección la sociedad dio una clara señal a favor de las transformaciones sociales, que las mujeres y los barrios populares le pusieron un freno a la ultraderecha, y que, después de cincuenta años, la izquierda volverá a gobernar, esta vez en un país que tras décadas de neoliberalismo reclama el derecho a elegir un nuevo destino, con justicia y dignidad. “Hasta que valga la pena vivir” decía una de las consignas de la revuelta popular de octubre de 2019 y esa demanda sigue más vigente que nunca. La elección de Gabriel Boric es, a fin de cuentas, un triunfo del deseo de vivir dignamente y de recuperar la política para mejorar la existencia de las grandes mayorías.