Una transmisión de mando es un asunto simbólico y una cuestión de protocolo. En un país como Chile, este acto incluye una “farándula informativa” que desde horas antes del comienzo de la ceremonia describe todos los detalles de su transcurso, mostrando la pequeña escalinata donde se ubicará el futuro gabinete para la primera fotografía oficial y debatiendo la cuestión de cómo estará vestido el nuevo presidente. Con corbata o sin corbata - esa es la interrogante. Y esto no es tan ridículo como suena. Los que hayan visto el desfile de la antigua élite política del transpaso del mando en televisión habrá visto esa corporalidad segura de sí misma, que sólo se adquiere por derecho de nacimiento. Ciertamente el nuevo presidente, Gabriel Boric, no pertenece a este círculo. Y lo manifiesta. Para su investidura en el cargo, el 11 de marzo, con su estilo auténtico no llevó corbata, solo una camisa blanca más bien barata y un terno que tampoco era de otro mundo. La cercanía con su pueblo, que debe permanecer, no usa un traje de Brioni al asumir el poder.
Este es entonces el mensaje más importante en estos primeros días del nuevo gobierno chileno: venimos desde los movimientos y no olvidaremos esta proveniencia. En su discurso inaugural desde el palacio presidencial de La Moneda, ante miles de seguidoras y seguidores, Boric subrayó que su gobierno quiere construir una nueva relación entre las autoridades estatales y la ciudadanía. Eso no es cuestión de simplemente decirlo en un país en que el Estado pertenece a la élite y en que el papel que les cabe a sus habitantes es el de consumidoras y consumidores, no el de ciudadanas y ciudadanos. Es justamente por eso que el discurso inaugural de Boric estuvo impregnado de la interrogante acerca de cómo el nuevo gobierno podría aportar a la democratización de la política chilena.
Según Boric – “el pueblo es el protagonista de este proceso”. Había que decirlo, porque en 2019, para el “estallido social”, el pueblo de verdad estuvo día y noche en las calles. Este “pueblo”, especialmente en las poblaciones pobres, también cargó sobre sus espaldas la mayor parte de la represión, en la que – para empezar – 200 personas perdieron sus ojos. Convertir a los carabineros, una policía militarizada que se cree independiente de la política, en una fuerza de orden civilizada, eso será una de los numerosos y difíciles desafíos que le esperan al nuevo gobierno. Aún antes de asumir, este anunció que retiraría los cargos “por hacer peligrar la seguridad interior” en contra de 139 participantes del estallido. También está previsto distensar la relación con los mapuche, en cuya región impera una especie de estado de sitio. Bajo todos los gobiernos democráticos después de la dictadura de Pinochet los mapuche se vieron sometidos a una continua criminalización y persecución policial, en parte con acusaciones fabricadas. También a este respecto, Boric estableció un punto importante en su discurso, diciendo que no se trata de un “conflicto mapuche”, sino de un conflicto del Estado con las aspiraciones legítimas de un pueblo indígena.
El nuevo gabinete de Boric se compone de 10 hombre y 14 mujeres – otro signo del cambio tan requerido en Chile en materia de cultura política, la que hasta ahora ha sido una cultura patriarcal, lo que también legitima la usurpación del poder por unos pocos. El que el movimiento feminista, que tres días antes estuvo en la calle con 500 000 mujeres tan solo en Santiago, sea la fuerza que hace avanzar la democratización del poder político, fue uno de los juicios obvios expresados em el discurso de Boric. Dicho sea de paso, en español se ha encontrado una buena solución para la cuestión de cómo denominar las diferencias sexuales con respecto a la heteronormalidad, sin crear un neologismo: aquí se habla de “disidencias”.
Si bien tanto Boric, con sus 38 años de edad, como casi todos los miembros del gabinete provienen de la generación del movimiento estudiantil de 2006 y 2011, no se trata de un simple cambio generacional. Sería un error entender la génesis y la asunción del nuevo gobierno solamente como una posible rebelión adolescente. Porque aquí se pretende dar inicio a un verdadero cambio de la política, promovido por una nueva izquierda. Esto hace del proceso chileno un proceso de aprendizaje de relevancia internacional.
Frente a una narrativa histórica e imperial como la que emplea Putin para erigirse en un poder hegemónico despiadado y autoritario, los chilenos también establecen una referencia histórica. Su punto de partida es el golpe militar de 1973. Con el golpe y la constitución neoliberal de 1980 se estableció un régimen neoliberal puro que de hecho condujo a la burocratización de todas las instituciones y a su conversión en una maquinaria para impedir soluciones. Cuando todo está mercantilizado - como en Chile – y ello tiene hasta rango constitucional, no solo se suspenden los derechos políticos, sino todos los derechos humanos. Es por ello que en todos los discursos del presidente, como recién el domingo en el barrio popular santiaguino de La Pintana, los derechos humanos y el respeto a los mismos ocupan un lugar central para este gobierno. Las violaciones a estos derechos, con lo que se refiere tanto a la tortura y la represión, como igualmente a la privatización del agua o de la salud, no deberían repetirse nunca más. Se trata de nada más ni nada menos que de la “garantía de no repetición”.
Pero eso – señalaba Boric hacia el final de su discurso – solo podrá lograrse si el proceso de elaboración de una nueva constitución culmina de manera exitosa. Este proceso político paralelo, que tiene como objetivo dar origen a la primera constitución feminista y ecológica a nivel mundial y que se basa en una forma totalmente nueva de participación ciudadana, es la vara de medida real para el éxito del proceso de democratización en Chile, que puede llegar a ser ejemplo y motivación. Desde aquí se anudan muchas nuevas cuestiones, como la de la relación entre la política y los movimientos sociales, de la autonomía de estos últimos y de su institucionalización.
Todo esto es un gran experimento que el mundo observa para participar del aprendizaje. El 11 de septiembre de 2022, a 49 años del golpe, será el plebiscito de aprobación de la nueva constitución – si todo marcha según los planes. Solo entonces se sabrá si el nuevo gobierno, que no dispone de una mayoría en el parlamento actual, realmente tiene una chance de contribuir a la refundación democrática de Chile. Pero como escribía la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que también estuvo en la plaza frente a La Moneda: “Aquí participamos de un momento histórico. Hoy, todos los que queremos un mundo mejor somos un poco chilenos y chilenas”.